Como todos ya saben, el taller abierto es un espacio, en el que una vez por mes publicamos el trabajo de las personas que visitan nuestro blog y nos envían un texto de su autoría. Hoy le toca a Junio.
En este mes hemos elegido los textos de Susana Cernello y de Angélica Meza.
Susana cernello es de Villa crespo, capital, Argentina. Nos cuenta que tiene 51 años, escribe desde los siete, poemas sencillos, cuentos, canciones; que siempre le maravillaron las palabras, desde antes de aprender a escribir. Siguió en la adolescencia, y a través de las diferentes etapas de su vida, la producción fue variando.
Nos envía su poema "No puedo estar sin vos”. Pueden visitar su blog
El Imaginario.
Angélica Meza nos cuenta que nació en la ciudad de México en el año que se instauro el internacional de la mujer. Es Abogada, esposa, madre y ambiciosa escritora. Tenaz, fresca y atrevida, se arriesga a explorar dentro de la literatura y dice que escribe con un obsesivo protagonismo.
Tiene un blog literario muy interesante que invitamos a visitar es:
Angélica Meza, y nos regala su relato "Fe de erratas (Novela, fragmento)".
NO PUEDO ESTAR SIN VOS por Susana Cernello
No puedo estar sin vos
Y a veces con vos…
No te dejo de pensar
Pero me voy hacia otro lugar
Sin moverme de aquí.
Hasta parece que te dieras cuenta,
Entonces vuelvo, mansa
Me acurruco como un gato
En un hueco de tu pecho
Y callada me quedo
Disfrutando el momento.
Ya estas acostumbrado
Son tantos años…
Sabes que voy y vengo
Porque la rutina me puede
Me acorrala, me destruye
Sabes que necesito, de vez en cuando
Dar a mi imaginación
Un lugar donde beber
Lejos de tu mirada
Porque te amo
Porque sin vos no puedo
Porque no soy ni doy.
Es solo un juego
Sin peligros, siempre vuelvo.
Mi amor es incondicional,
Lo sabes bien.
Ya no vamos a cambiar
Siempre fui asi
Me aburro, me arrepiento
Me deprimo...
Busco, busco y encuentro
Te deseo, te rechazo
Me pierdo en las estrechas
Y oscuras grietas de esta vida,
Y allí siempre tus manos
Grandes y tibias
Están para alcanzarme
Por eso vuelvo cada vez
A beberme tus labios
Y mirarme en tus ojos
Y perderme en tu cuerpo
Y olvidarme en tus brazos
De mi juego, de mi bronca
De mis miedos y decepciones.
Quiero con vos y sin vos
Pero abrazarte furiosamente
Y quedarme así interminablemente
Hasta el fin de mis días
Con ese amor, y las mismas ganas
De todos estos años compartidos
Es el placer más delicioso en mi vida.
Aunque vuelva a alejarme
Una vez mas y otra…y otra mas.
Estoy aquí, rondando tus orillas.
FE DE ERRATAS (Novela, fragmento) por Angélica Meza
EN LA REUNION improvisada del sábado en mi casa, quedó demostrado: Mauricio era mal cocinero pero buen bailador. Los huevos estilo mantequilla fueron un fiasco; crudo el huevo no se come, le recriminé al menos tres veces mientras lavé los platos, por lo que resolví debía invitarme a cenar aunque fuera unas quesadillas, en compensación.
– ¿Si quieres vamos al cine?, –respondió quejumbroso.
– No es mala idea, ¡quiero palomitas!
– Pero yo escojo la película –señaló al colocarse la chamarra y abrir la puerta para salir a la calle.
Me negué a ver la película de su elección así como a comprar una bolsa extra de palomitas, él lo tomó con naturalidad, como si fuera un tema absolutamente casero llevar la contraria. Sus ojos fueron directos a los míos cuando pregunto.
- ¿Estas segura?
- Si –respondí rápidamente, pero tan pronto salió el si de mi boca, me arrepentí, pero lanzada la palabra al aire, es difícil devolverla sin que golpeé en el ánimo de quien te escucha, y no te clasifiqué como indecisa.
La conversación siguió con desfachatez y advertí en el transcurso de la función, que era inútil anotar coincidencias con la protagonista, pues yo no era de esas que dan vueltas buscando un culpable.
- ¿Estas segura? –Preguntó de nueva cuenta con singular ironía al mirarme de reojo y meter a su boca una palomita.
Y tras fingir no haber escuchado, protesté.
- ¡Guarda silencio que me distraes!
Él contuvo la risa pero finalmente me lanzó un - ¡Te faltan agallas!
- ¿Quieres pelear? –Le contesté desafiante, mas finalmente cedí y sonreí sin piedad.
Quizás tenía razón y mis decisiones siempre fluctuaban entre el si y el no, pero hay tanto que desconozco que me tardo en elegir. Era la primera vez que vivía sola y tenía miedo casi todas las noches, pesadillas. Además, todo era nuevo. Me emocionaban las cosas simples como comprar jamón y no serle fiel a ninguna marca, ni cadena de supermercados; dejar atrás la mermelada de fresa y el queso Oaxaca, para probar el sabor del jocoque untado en un bagel, aunque fuera como una dona sólo que sin azúcar y el jocoque no supiera a nada. Quería comer alcachofas, berenjenas y espárragos, estaba harta del arroz y las cosas empanizadas.
Reconozco, que con Mauricio fue fácil hablar de todo en todas partes, a veces fue el único participe de mis pensamientos, me escuchó sin censura y de él, no se escapó lo que dije en arrebatos, fue la pequeña prisión de mis secretos y mi mejor amigo.
– ¡Ya te acabaste mis palomitas! –exclamó al mirar vacía la bolsa.
– ¡Ay! ¿Vas por otras? –le supliqué con un tono casi infantil.
– ¿Tienes hambre?, ¿hace cuánto que no comes? –Y sus ojos vivaces dieron cuenta que estaba siendo demasiado indiscreto, por lo cual susurró a mi oído como consuelo–. A la salida, cenaremos ¿te parece?
Le agradecí entre guiños y tomé su mano, hilando a oscuras algo más que fraternidad, al resaltar con tanta naturalidad la paz. Al terminar la película, me tomó del brazo y salimos. El viento húmedo delató que pronto la lluvia nos haría compañía, pero aún así, recargó mi espalda sobre su pecho y caminamos despacio por calles casi vacías. El abrigo de su abrazo dulce, tibio y cálido, así como el roce inesperado de su mejilla y su voz amable, hicieron que me dejara cortejar por sus pupilas, y en un descuido, me confesé ante ellas; pudo ver a través del censurado tragaluz que eran mis ojos, ese miedo contagioso a enamorarme, como una rubrica depurada de los últimos meses.
Aún así, se colocó tan cerca que estrujó mis pensamientos, y delicadamente hurgó y perneó con su sonrisa coqueta; se me escapó un suspiro, temblé y me volví torpe. A tientas y cohibida trate de hacerle la plática, mas surgió de la nada las ganas de seguir mirándonos en silencio, a detalle, como si tratáramos de aislarnos del resto, desatendiendo el pasar de los minutos, como si la incipiente afonía bastara para comunicarnos, por respirar lado a lado en una misma sincronía.
El fallecer de la tarde consintió una pluralidad de luces en el cielo, la noche era hermosa. Iluminada por su luz, mi resentimiento varado pareció una persona solitaria que caminó en sentido contrario por la banqueta de enfrente, un hormigueó repentino sacudió el encierro de mis miedos, y pude sonreír con descaro, como si de pronto, lo condensado por años quisiera salirse de golpe, sin fabricar falsas urgencias sino como un simple acto de voluntad. Me dieron ganas de hablar. Tuve la disposición para liberarme da tanta atadura, quizás por que su inmediatez trasminó el escepticismo y lo partió por la mitad.
- Ya no quiero estar enojada. –Le confesé y vire mis ojos a ninguna parte.
- Pues ya no lo estés –Recomendó, para después detenerse y girarme frente a él-. Si quieres que algo se vaya, ábrele la puerta. ¡No te resignes!
Y así, a media calle, después de muchos meses, lo entendí. Jugueteó con mi cabello y reímos. Respire su aroma hasta esculpir con los pequeños roces un total aturdimiento, y mi boca deseó un beso suyo muy tierno pero él no me lo dio, quizás por ser demasiado respetuoso y paciente. Me llevó a cenar crepas y capuchinos, y mientras lo bebíamos, señaló.
- Te le pareces al café, eres fuerte, tienes buen cuerpo y me haces humear.
Al escucharlo me sonrojeé y no pude soportarle la mirada. A lo que él completo.
- ¡Perdón! ¿Lo dije en voz alta?
- No, es que tengo poderes mentales y puedo escuchar tus pensamientos. –Le advertí con ingenio.
- ¿Cómo X-Men?
- No, sería X-Woman.
Morimos de risa.
Estuvimos a punto de no regresar a casa, pues abordamos el último tren casi a la media noche. De camino, paso por mi mente la idea de que la estaba pasándola muy bien. Al salir del Metro, caminamos en silencio auspiciados por la alegría de un aguacero, y nos abrazamos hasta llegar a la puerta de mi departamento, donde enderecé la vista que había permanecido en el suelo y súbitamente me clave en el verde de sus ojos, en sus largas y tupidas pestañas, para decirle:
– Gracias.
Él sonrió al cuestionarme sino lo iba a dejar pasar.
– Mira, ¡estamos mojados!, –dijo para reafirmar.
Yo no quise confesarle que tenía miedo de quedarme a solas con él, pues su ropa escurría y tendría que quitársela. Él bajó la mirada para junto con una mueca expresar con sarcasmo.
– ¡Ni modo!, hoy no habrá final feliz.
Me aferré con firmeza a mi puerta, di un paso atrás y otro, su sonrisa me desafió, mis rodillas temblaron y la respiración empezó hacerse profunda; intimidada por su frente mojada dude en dejarlo pasar. Esa tarde lo supe, con un hilo de voz y balbuceos atropellados, sólo logre decirle:
– Te quiero.
Y cerré la puerta dándole un palmo de narices. Mauricio, desde el otro lado, me contestó a gritos.
– ¡Ana, a todos nos duele si nos rasguñan!, pero yo también te quiero. ¡Deberíamos de intentar!
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