
¨- Sabed, vecinas,
que mujeres y gallinas
todas ponemos,
unas cuernos y otras huevos.
Viénense a diferenciar
la gallina y la mujer,
en que ellas saben poner,
nosotras, sólo quitar;
y en lo que es cacarear
el mismo tono tenemos.
Todas ponemos:
unas cuernos y otras huevos.¨
Don Francisco de Quevedo y Villegas
(1580-1645)
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LA CASADA INFIEL
I
Desalentada y cautiva en la prisión del hastío,
ama de nada, aburrida, decidió aprender boxeo
y tomar en tiempo libre las clases del Club del pueblo,
gastar algo de energía y paliar un poco el frío.
II
El dilema comenzó cuando asestó el primer golpe
y enamoró al instructor (sin mala fe ni deseo)
lo juró por la salud de su pre-infartado abuelo,
que no fue por su actitud tal impensado desborde.
III
La persiguió por semanas, le prometió amor eterno;
con diez rosas la esperaba cuando bajaban del ring,
que ella al volver revoleaba con un funámbulo swing
sobre la gris balaustrada dentro de un ruin basurero.
IV
Tanto el cántaro a la fuente, fue que la chispa hizo fuego
y se rompieron torrentes de besos (de ésos que envician)
de volcanes, de titanes y de exceso de caricias
en una lucha encendida cuya hoguera tocó el cielo.
V
Los amantes se despojan de las ropas y las horas,
las bocas arrojan mieles y el tiempo estruja las penas,
los relojes se detienen y sus agujas se queman
dentro de arenas calientes que ex profeso, se demoran.
VI
Pero siempre hay un final y un tope a la sinrazón.
Le dijo que era formal, que su esposo era un gran hombre,
que no podía manchar ni por esbozo su nombre,
y tenía que olvidarla, dando coto al culebrón.
VII
El instructor de boxeo, que era un apuesto gigante,
se opuso y se descompuso con profuso desconsuelo.
-¡Que debía resignarse! –ella insistió con denuedo,
y resuelta a replegarse tiró la toalla y los guantes.
VIII
El barrio estaba dormido bajo un sopor indolente.
(¿Su cónyuge? Abducido: centro al área y otro gol…)
Trozaba el jamón cocido cuando observó con pavor
que el que tocaba la puerta ¡era su audaz pretendiente!
IX
- ¡Vengo a llevarme a la que amo y apuesto en ésto mi alma,
no mediré consecuencias, le ofrezco pelea airosa!
El marido, sin renuencia, dijo - ¿Pretende a mi esposa?
Pase amigo, sientesé, y hablemos de ésto con calma.
X
-¿Gusta tomar un café? ¿ Azúcar o edulcorante? -
habló con voz de homilía y tono cuasi de hielo,
dirigiendo con maestría la oratoria sin desvelo
e imperturbable sosiego al quijotesco galante.
XI
-Mi esposa brilla de noche (como la luna) se enciende.
Si no esboza algún reproche, le aguardarán buenos ratos,
si Usted se esmera y la cansa, no escuchará sus relatos
y si Morfeo se apiada, dormirán cuando ella duerme.
XII
Del alba al primer fulgor comenzarán las arengas;
y si comete un error, jamás se lo haga saber,
pues los ecos del: ¨TE DIIIIIJE¨ lo arrollarán como un tren;
y no deje que maneje ni sus cuentas ni su agenda.
XIII
Y si hoy viene a secuestrarla (por dar glamour a esta historia)
yo no voy a denunciarla ni a impedir el disparate,
no andaré tras de sus huellas y no pagaré el rescate.
Vayan en paz... que la estrella del bien los cubra de gloria.
XIV
Eso sí … ¡ya se lo advierto! Cuando esta casa abandonen
y mi trazo sea un recuerdo borroneado por la brisa,
y el paso férreo del tiempo les apague las sonrisas,
y hubiera arrepentimientos: No acepto devoluciones.
XV
Lo que se da no se pide, Usted parece un buen pibe,
y le cedo con honores a la dama de sus sueños,
las mujeres no son flores que deban tener un dueño
y no puedo violar yo una ley que lo prohibe.
XVI
El retador se excusó, tomó el café atribulado,
agradeció a su anfitrión los datos que le aportara,
se levantó como un tiro de la silla que ocupaba
y corrió despavorido, tras estrecharle la mano.
XVII
La mujer se acomodó patidifusa y maltrecha,
se acercó hasta su marido, clavándole la mirada,
y recordando las clases que antiguamente tomara,
desestimó hacer las paces y le dio un cross de derecha.
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