martes, 20 de enero de 2009

EL GOLEM

1-Simón, Asier y Carlos.
Siempre creí que para acercarse tangencialmente a la perfección del artista había que probar cosas nuevas, experimentar, no caer en la rutina. Este fue mi credo como artista hasta que escuche la historia de los repetidos días de la vida de Simón, el escultor:

Al igual que Leonardo el iba todas las mañanas a algún lugar de la ciudad donde pudiera observar a las personas, sin que posaran. Les sacaba fotografías mentales, de su anatomía muscular en ciertas posiciones, memorizaba proporciones, dibujaba cada detalle.
Casi al mediodía después de un desayuno-almuerzo habría su taller de escultura. A la una de la tarde llegaban Asier y Carlos, un gitano y un chileno que se dedicaban a hacer las molduras de yeso que colocaban cada mañana. Ellos trabajaban en forma independiente de Simón, aunque le entregaban un quinto de lo que ganaban a cambio de usar un espacio en el taller y sus herramientas.


Durante todo el día Simón parecía estar en otro mundo, acostumbraba no responder las preguntas, la mirada perdida, cara de preocupación, mal humor cuando lo desconcentraban; pero a la noche, pasadas las diez, Simón o Carlos cocinaban, cenaban un día caldo, un día arroz, un día caldo, un día arroz y era ahí cuando el escultor volvía a la realidad, solo ahí parecía una personal normal, pero al otro día, al despertar la rutina era la misma secuencia y así de lunes a lunes, los tres vivían en el taller.

2-La edad de la escultura.

El Escultor hacia treinta y cuatro años que trabajaba en el taller, diecisiete que lo había heredado y casi quince que trabajaba por las noches en una escultura humana.
Hacia seis años que recibió un buen dinero proveniente de una herencia y sumado al “alquiler” de una parte de su taller, lo llevo a decidir no aceptar más ningún encargo y trabajar tranquilamente para su escultura.
Le dedicaba casi toda la jornada laboral, más de lo que cualquier otro colega hubiese podido tolerar. Hace dos años dejo de trabajar en el taller por las mañanas, se dedicaba a observar detalles corporales para la escultura.

3- La primera gota cayó en Junio.

En invierno si no cerraban todo y no prendían el hornito, el taller era bastante frío, complicando la movilidad de los dedos; Pero en el verano de Sevilla, por más que ventilaran y usaran en él un extractor eléctrico de aire, el taller era peor que el Sahara. El agua de la heladera era lo único que tornaba soportable la jornada en el lugar.
Un día a las cinco de la tarde, Simón dejo de trabajar, fue a la heladera, tomó agua, salivó en el piso, tomó otro sorbo y se volvió hacia su trabajo. Antes de poner sus manos sobre la arcilla, su mirada se detuvo en el torso de su escultura, enfocada fijamente sobre el plexo solar.
Estaba salpicada.
Las manos se mojan para trabajar sobre la arcilla, pero el estaba trabajando sobre las pantorrillas, giró para ver a Carlos y estaba hablando con un cliente en la vereda. Asier estaba tallando un molde desde hacia rato a unos quince metros.
-¿Cómo se salpicó mi trabajo?, ¿Alguien me lo mojó?, Imposible. El calor me debe hacer alucinar.-Dijo en voz baja.
Se acerco incrédulo a centímetros de las gotas, toco una, ahora la tenia en el dedo. La acerco lo mas focalmente posible al ojo, la miro como mira dios el Atlántico.
Pasaron unos segundos, la llevo a su boca, era salada como la arcilla del río. Se volvió al pecho y miro las otras, y así como se posan las gotas sobre un vidrio, unas caen, otros esperan. Una cayó zigzagueante, reclutó a otras sobre el paso y cayó finalmente sobre el piso de carpeta.

4- El padre de Simón.

Mientras el padre de Simón vivió, su hijo hablo con él mas de lo que hablaría en toda su vida con otras personas.
Lo cierto es que se rumoreaba, que al morir Cesar (el padre de Simón), este había enloquecido y haría una escultura de él en su honor para poner en el cementerio; Otros decían que había enloquecido y que quería crear una estatua de su padre para hablar con el. Pero Cesar y la escultura no se parecían físicamente en nada, uno recordaba a Hércules el otro un cabrito de corral.
Lo que decían los judíos de ahí era que quería hacer un golem, pero el Rabino explicaba que si bien Cesar era muy conocido y frecuentado por ellos, el era católico, lo mismo para su hijo Simón.
La verdad que quiero creer: es que mientras vivió Cesar este nunca le permitió modelar esta especie de Golem.

5- Un pelo de pie.

Era raro que Simón permitiera que alguien entrara en su área de trabajo, tal vez seria Carlos el que mas confianza tenia y se acercaba hasta unos tres o cuatros metros de la escultura para pedir alguna herramienta.
-Necesito el cincel de mango amarillo.-Pidió Carlos
-Esta ahí, en esa cajuela.-señalando un cajón de un mueble.
Lo que ocurría habitualmente era que Simón alcanzara las cosas, pero ese día despertó un tanto pesado, tanto que le costaba levantarse de su banquito. Por su cuenta Carlos quedo esperando unos segundos y dijo:
-¿Lo busco yo?-
Simón asintió con la cabeza y dio un gesto que daba un poco mas de confianza.
La charla siguió, lo habitual pregunta y respuesta, no mas.
-¿Se siente bien Simón?-
-Me siento duro, pero por suerte puedo seguir trabajando. Vaya tranquilo.-
-Después de los cincuenta uno no es el mismo, sabia decir mi padre.-
Ambos rieron.

Simón sentía las piernas entumecidas, pero su obsesión artística le hacia olvidar el problema, solo cuando se levantaba recordaba que sentía las rodillas y tobillos algo duros.
Estaba modelando las pantorrillas, metía las manos en un balde con agua y modelaba la arcilla. Observaba la escultura y recordaba las personas que había visto cada mañana desde hacia dos años.
El calor de junio era pesado, tenia sed y no se podía levantar a buscar el agua de la heladera. Miro abajo y estaba el balde que usaba para moldear la arcilla, era agua turbia, tan turbia que había sedimento en el fondo. Se ve que tanta era la sed y tanto el dolor que sufría, que con sus manos embarradas tomo agua del balde varias veces.
Al otro día ya estaba Simón con su balde para mojar la arcilla y otro con agua y cubos de hielo, a un costado tenia un jarrón para tomar.
Ese día Simón también se sintió pesado.

Seguía trabajando en la parte inferior del cuerpo hasta que sorprendidamente vio un vello en el empeine, lo soplo, no paso nada, se mojo la mano en el balde y lo acaricio, pero seguía ahí, no se había pegado a su mano.
Soplo mas fuerte, y no voló, teorizaba como pudo haber llegado ese vello ahí, tal vez su mano sucia paso por la arcilla fresca y ésta al secarse lo retuvo, pero la arcilla estaba húmeda todavía.

Se levanto esta vez, hizo el esfuerzo, busco la pinza más pequeña y se volvió a su banquito.
No servia, si sacaba el pelo seguro se le marcaba la escultura, la marcaba mínimamente, pero la marcaba al fin. - - Dejo el pelillo para mañana, veo como lo saco.- Dijo en vos baja.


6- Unos pelos de pie.

Al otro día puso cera a calentar, una vez caliente cargo la espátula y fue a buscar al vello del pie, que no estaba solo, ya había otros vellos. Los contó, recorrió el cuerpo y fue descubriendo minúsculos pelos corporales en toda su superficie.

- O estoy delirando o me están timando una broma.- Dijo solo y a nadie en tono normal de conversación.
Se sintió primero desconcertado, segundo serio, tercero ofendido, después dubitativo. Paso a encerar todo el arcilloso e inerte cuerpo.
Una vez sacada toda la cera del cuerpo, se sentó y siguió trabajando en la zona pélvica.
Pasado el minuto de trabajo vio una gota que caía de vuelta desde el pecho. Pensó que otra vez se salpico, se irguió como pudo y vio que el recorrido de la gota venia de otra parte. No era una gota de agua, no era una gota de sudor, era una lágrima. Esa lágrima era la primera que se escapo de unos ojos mojados.
Fue ahí, al tercer indicio cuando noto que su obsesión echa en arcilla también respondía a estímulos; sudó con el calor, le creció pelo para soportar el frío de la noche, lloró cuando la quemo con cera.
Tal vez lo descubrió en ese momento, o siempre lo supo y ese día lo logro.
Tal vez solo su padre intuyó lo que pasaría.

7- El ultimo toque.

Con esto que paso Simón estaba mas obsesionado todavía, ya casi ni dormía. Llego a trabajar tres semanas seguidas, parando solo para dormir una o dos horas por noche; hasta que su cuerpo de cincuenta y dos años callo desmayado por la fatiga; un envejecimiento anticipado era el resultado de castigar tanto el cuerpo.
Ningún doctor vino a verlo, solía caerse desvanecido por las noches y al otro día retomaba su trabajo.
Mientras trabajaba, mas dañaba su cuerpo, mientras mas trabajaba, mas vida parecía tener esta especie de golem; su cuerpo parecía envejecer, pero no envejecía, se volvía arcilloso. Su tangencial perfección y su amor por lo que hacia, tal vez volvían la carne en arcilla y la arcilla en carne.
Las horas pasaban y su cuerpo se volvía cada vez mas duro, cada movimiento costaba diez veces más.
El golem tenía ya uñas humanas que crecían día a día, tenía cabello. Simón tenia uñas de arcilla y estaba calvo, su corazón latía mas despacio, el del golem podía escucharlo Simón al acercársele.
El golem con el paso de los meses podía mover mínimamente los dedos y parpadear.

Se cree que a esta altura la estatua podía ver, porque Simón ya no distinguía nada a más de cinco metros.
Simón también estaba perdiendo su lucidez, ya casi ni olía, ni degustaba nada, y solamente oía si le gritaban.
Su capacidad de hablar era lo único que no se complicaba. Y hablaba todo el día, le hablaba al Golem, y este le escuchaba, le sonreía, le fruncía el ceño.
Pero Simón estaba en sus últimos movimientos, nadie sabrá nunca cual fue el último.
Solo Dios lo sabe.

Habían quedado los dos a medio vivir, mitad carne, mitad arcilla.

4 comentarios:

Anónimo dijo...

IVAN ESTOY FELIZ DE QUE ESTÉS DE VUELTA EN EL BLOG BIENVENIDO!susana

Anónimo dijo...

Iván: Estoy muy sorprendido por este cuento. Te felicito.
La verdad es que me gustó y espero que sigas escribiendo mas.
Nos vemos amigo.
Ariel Martín

Unknown dijo...

hola perdido en la red entre poesia y pornografia me tope con ustedes y me latio su sitio los voy a enlazar en mis blogs que sigo espero no se molesten

el oso dijo...

la miró como mira dios el Atlántico...
¡Qué fantástico! Realmente me encantó tu cuento, sus imágenes son vívidas, potentes. Un relato hermoso. Te felicito.