viernes, 15 de enero de 2010

Taller Abierto Enero 2010

Como ya todos saben una vez por mes publicamos el trabajo de nuestras visitas.
En este caso nos visitan Jesus David Valencia y Gustavo Quintana
A continuación encontrarán una pequeña reseña de cada uno, luego, para leer sus textos, cliqueen "leer mas".


Jesús David Valencia Ramírez, a.k.a. Chuco, es un caleño (Cali-Colombia) que trabaja tomando fotos, actuando y escribiendo. Es Licenciado en Arte Dramático; tiene 25 años. Vive en la zona rosa de su ciudad natal. Le fascina la comida picante, los paseos al río y a la montaña y el atardecer en su tierra. Hoy nos regala su cuento “La Escultora”


Gustavo Quintana, es de Rosario y tiene 37 años. Hace tiempo que escribe como hobby. Desde hace 2 años concurroe al taller Literario de Patricia Bottale en la librería El Ateneo, de Rosario.
Tiene escrito un libro de aventuras para chicos (pre-adolescentes) pero sin publicar aún. Le apasiona escribir porque le permite vivir otras vidas, en otros tiempos y lugares.
No tiene blog, si facebook. Lo pueden buscar poniendo su mail en el buscador: gfquintana@yahoo.com.ar
Hoy nos trae su relato “No vuelvas a irte”


La Escultora
Por Ch. Valencia

Aristides Granada observaba desde la fría y sucia azotea a la escultura y a la escultora: el cincel componía una forma de hombre en el mármol; la mujer lo sostenía con la misma certeza de antes.
Eran viejos conocidos, ella y Granada.
Él la observaba porque pasados setenta minutos tendría que darle muerte.
Ella esculpía la figura del hombre que le había enseñado: “lo que se hace por amor acontece más allá del bien y del mal”.
Se habían conocido en una hacienda donde el cielo era azul, rojo y negro y la tierra verde hasta el límite.
Alguna vez creyeron, al mismo tiempo, amarse, mientras caminaban por la ribera de un río que ahora era excremento y suciedad.
Había pasado mucho tiempo y muchas cosas desde aquella vez. Ambos habían envejecido; ella mejor que él.
Aristides Granada bajó lentamente por las escaleras de emergencia del edificio. Un frío viento de Enero le rozó el cuello y le trajo viejos recuerdos: igual de fríos estaban los labios de ella cuando se besaron, al caer las horas, en un bosque de guaduas y susurros de insecto.
Ella le dio un último golpe al mármol para terminar de perfilar el mentón. Observó al rostro de la escultura y se sintió satisfecha: el mismo semblante indiferente, los mismos ojos entreabiertos y la misma boca pequeña con una sonrisa de desenfado. Le pareció que estaba demasiado viejo y que cargaba con el aire fatal que no había podido evitar al modelarlo. Acarició ese rostro de mármol y recordó la piel mestiza, tan llena de cicatrices.
Ella suspiró y rió con nostalgia de lo infinita que se sentía sobre su cuerpo.
Aristides Granada cruzó la calle. Un viejo Ford llenó de nueve y mierda la calzada y casi salpica su abrigo.
Ella salió del taller, se desnudó en la rústica habitación, caminó descalza hacia el baño y se sumergió en una tina donde los lotos flotaban.
Bebió algo de vino, caló un cigarrillo rubio y sonrió…
Aristides Granada se detuvo en un café de la planta baja del edificio de la escultora.
Pidió un trago de brandy y, al beberlo, recordó cómo ella sonreía cada vez que él sostenía una copa de brandy en su mentón y luego, sin tocarla, la bebía.
La conspiración de la luz y el licor hicieron que un perfil de mujer se formara en la superficie de la bebida.
Granada bebió con la mirada fija en su reloj de bolsillo: treinta y cuatro minutos para una muerte…
Ella salió de la tina; su piel perfumada, resplandeciente. Se sentó frente al espejo y se recordó inexperta, con radiante sensualidad en el rostro, con las manos de un hombre que sabía matar en sus senos, acariciándolos, haciéndolos estremecer.
Revivió las caricias de ese hombre con sus propias manos y algún doloroso ardor trató de abrirle el pecho.
Suspiró.
Granada terminó su quinta copa de brandy. Pocas veces había bebido antes de un crimen y ahora lo hacía porque nunca uno de los crímenes había sido como el que le esperaba: hacía mucho la había conocido, incluso creyó haberla olvidado.
Cuando un desesperado heredero lo contrató para darle muerte a la mujer, aceptó, porque se creyó más allá del afecto: había matado a hombres, mujeres, ancianos, niñas y niños, y solo tres veces había temblado su brazo.
Repasaba la fotografía de la mujer cuatro días antes, cada noche, y no podía evitar que olores, imágenes y algunos sonidos regresaran.
Cuatro veces repitió el nombre de la mujer, hasta que recordó su voz, luego su forma de acariciarle la espalda…
Y esta cicatriz?
En Perú. Cerca a Arequipa.
Cómo fue?
Un rifle. Pero apenas me rozó.
Y esta?
Viena.
Y esta tan reciente?
Anoche mientras te cocinaba.
Entonces esa herida me pertenece…
Aristides Granada miró el pulgar que sostenía la copa de brandy; la cicatriz tenue.
Ella había besado aquella herida. Había probado su sangre hacía mucho.
Ahora él derramaría la suya. Nueve minutos.
Ella salió del ascensor. Su vestido era de una pieza, de un color indefinido entre el púrpura y el azul. Sus piernas, su talle, los dedos de sus pies, cada pieza conformaba armonía, delicadeza y una sutil crueldad.
Ella salió del edificio.
Tres disparos se escucharon en el invierno de Madrid.
Aristides Granada cayó sobre la nieve. Sangraba.
Ella miraba perpleja al hombre tendido en el piso, y al otro que salía de un viejo Ford con la pistola humeante.
Granada? – murmuró la mujer. Vio en aquel rostro la misma sonrisa de desenfado, la misma fatalidad que no pudo evitar en el rostro de la escultura.
El hombre del viejo Ford se acercó a Granada y le apuntó al entrece El hombre del viejo Ford se acercó a Granada y le apuntó al entrecejo.
Aristides la miró a ella, le sonrió y recibió la bala en la frente que lo liberó del único crimen que jamás deseó cometer.
Se diría que murió feliz.


No vuelvas a irte.

Esa noche un tanto fría y quizás, demasiado calma, había salido a atropellar las sombras con su particular omnipresencia. Esa noche, para algunos, gélida de esperanzas ya guardadas, ofrecía una obstinada resistencia al desarrollo de todo su esplendor. Ella, la misma, la previsible, no irradiaba su magia sobre los objetos esparcidos al antojo de terceros. Ella, la misma, la soñadora ya ni siquiera cobijaba a los enamorados. No brindaba al poeta la tinta, ahora seca, que necesitaba aquél para desgranar sus versos. Esa noche, culpable de inspiraciones claudicadas, puntualmente esa noche, de vueltas de páginas…de punto final, ella, la segura promesa de instantes inolvidables, sentía en su interior el vacío flotante de quien se lanza al abismo.
Esa noche, mientras se miraba sobre la superficie del distraído río y su imagen aparecía reflejada justo encima de la sombra del solitario puente, daba la impresión de querer arrojarse a lo más profundo del cauce. Esa noche, quizás ajena y desconocida, de empedrado resbaladizo y calles eternas sin esquinas; ella, la dueña de los momentos, no se movía. Esperaba y soñaba. Esperaba y sufría. Ella, quizás abatida, había decidido no caminar las veredas, no entregar su luz de plata color emoción, ni admitir sentimientos foráneos. No. Ya no. De haber podido hablar, sus mudos testigos hubieran asegurado que una lágrima, solitaria y amiga del rocío, se le había caído.
En el ocaso de la noche, al filo de sus fuerzas, cuando las luces ganaban la escena y su laberíntico interior oscurecía su alma, tuvo un último arrebato de solitaria enamorada; ella, la vieja y sufrida luna, por fin gritó:
-“¡Insensible y necio sol, aún sigo aquí. No vuelvas a irte ya sin mí!”

14 comentarios:

Mundo Animal. dijo...

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HOLA AMIGAAAA, PASE A DEJARTE UN SALUDOOOOOO.QUE TENGAS UN BONITO FIN DE SEMANA
UN ABRAZO DESDE MUNDO ANIMAL.
CHRISSSSS

Fernando dijo...

Un hermoso objetivo, traernos a escritores nuevos para ir conociendo su obra y hacer un pequeño resumen de su vida. Te felicito Carla. Los relatos que has publicado me han parecido muy buenos. Un saludo cordial.

SIL dijo...

Excelente elección, Carlita.



A veces la muerte nos libera de arrastrar-vivos-heridas lacerantes.
Morir es una sanación...


Y la luna abandonada por el sol, no debiera quejarse... al menos él, en su ausencia, le permite brillar toda la noche -con su inagotable fuente de luz-
Hay abandonos que nos sumen en las sombras más absolutas.



Magníficos los dos cuentos.
Felicitaciones a los autores, y a vos Carlita.

Un beso inmenso.


SIL

El Drac dijo...

Estas haciendo un trabajo encomiable los escritores nuevos tienen nuevas ideas siempre esperanzadoras para la sociedad. Un abrazo

Mai Puvin dijo...

Buenas y santas, Kapasulinosssss... Qué buen trabajo están haciendo... Excelente! Clap Clap Clap... Y pensar que lo conozco de pichones!!! Jajajajaja

Hermosos, saben que me llenan de orgullo!!! Besotes a todas/os!

Los extraño por la radio. Se cuidan si?

Lenny

Blanca Miosi dijo...

Excelentes relatos, felicitaciones por dar conocer a sus autores!

Carlita: Mi novela El legado ya se está vendiendo en Argentina!!

Me enteré ayer apenas!

Besos!
Blanca

Con tinta violeta dijo...

Bravo muchachos!!!
Las selecciones de cuentos son cada vez mejores. Ambos me han gustado mucho. Por la eleción del tema y por el desarrollo de ambos.
Un placer de lectura.
Besos.
Paloma.

Mariluz GH dijo...

¡Geniales ambos!
Gracias por compartirlos, chicos

besos a la "mensajera y los mensajeados"

without dijo...

Buenos temas con inmejorables palabras, felicidades!!

el oso dijo...

Como siempre, los kapos nos regalas textos de los buenos.
Un crimen que es contracara de otro.
Un abandono consuetudinario, pero no por ello, menos doloroso.

Bárbaro, chicos...

Julia Hernández dijo...

Excelentes los dos relatos, bien estructurados de principio a fin. Felicitaciones a los dos. Gracias por compartir. Un abrazo.

mariarosa dijo...

Muy buenos cuentos, el escultor me hizo temblar, un aplauso o dos, uno para cada escritor.

mariarosa

Alma Mateos Taborda dijo...

Admirable tu trabajo y brillantes los trabajos leídos. Una maravilla. Mereces mi admiración por lo que haces. Mis felicitaciones! Un abrazo.

Valeria Elías dijo...

buen aporte a la cultura, buen trabajo solidario... gracias, besos