Eleuterio Paz era un hombre común, conocido en su barrio con el mote de ¨el viudo solitario¨.
Se ganaba la vida dando clases de Medicina Forense en la Universidad Pública. Era un tipo tan metódico como previsible y sus días transcurrían mansamente.
De lunes a viernes salía muy temprano a la mañana y volvía al caer el sol. Los martes (exclusivamente los martes), antes de comenzar el horario de clases, dejaba una bolsa conteniendo un juego de sábanas de seda amarilla y una toalla de hilado muy suave color coral intenso en la lavandería de la calle General Roca al 1200. Al terminar la jornada laboral, casi rayando el atardecer, retiraba el bolsón con la ropa lavada y perfumada, compraba 15 rosas amarillas en una florería que le quedaba de paso y buscaba su vianda en el restaurante de siempre. Entraba a su casa, iba al dormitorio, tendía prolijamente la cama de 2 plazas, ponía agua en un jarrón, acomodaba las rosas en la mesita de luz del lado izquierdo y guardaba la toalla en el cajón de la mesita de luz del lado derecho. Culminada esta faena, cerraba la puerta de su dormitorio.
Hacía más de 10 años que repetía sistemáticamente estos quehaceres y, una vez terminadas sus rutinarias tareas, cenaba frugalmente con la mirada clavada en el aparato de televisión. Las luces y los ruidos de la casa desaparecían exactamente a las 21,30.-
El fantasma de su esposa lo visitaba desde hacía 15 años todos los miércoles de 22 a 24. Se colaba por la ventana o por la cerradura del dormitorio, se mezclaba silenciosamente entre las frías sábanas de seda de tonos amarillos (su color favorito) tumbándose con etéreo movimiento en el lado izquierdo de la cama. Nunca faltaba en la mesita de luz de la siniestra, junto al retrato de la difunta, un ramo de flores amarillas que ella contemplaba con adoración mientras sonreía dulcemente. Eleuterio Paz había renunciado a yacer con otra mujer desde que había quedado viudo, y disfrutaba de esa singular relación post mórtem que el destino le había deparado.
Ella conservaba sus delicados rasgos y siempre acudía desnuda, perpetuando el aspecto de aquél día que muriera a la edad de 42 años sobre la camilla del quirófano en el hospital local, por causa de una peritonitis aguda. Él suponía que no había envejecido mucho desde aquel acontecimiento, pero el tema no le causaba demasiada preocupación, dado que ese detalle no afectaba las maravillosas veladas nocturnas que compartía con su esposa.
Pero (Nobleza me obligaba a plantear algún ¨pero¨), como todos sabemos, no existen las relaciones perfectas...
Por un equívoco, se presume involuntario, el fantasma de su hermosa vecina (muerta accidentalmente 17 años atrás debajo de la ducha- desnuda y mojada- en su cumpleaños número 21, por causa de una descarga eléctrica provocada en una falla del sistema de seguridad del edificio), ingresó por la ventana de la habitación de Eleuterio Paz la noche del miércoles (¡creyendo que era jueves!) justo en el mismo momento en que el fantasma de su esposa se colaba por la cerradura de la puerta.
Después de contemplar el indignante cuadro e ignorar las explicaciones que trataban de articular su infiel marido y el fantasma de su hermosa vecina -cuya pálida desnudez estaba cubierta por su larga cabellera mojada y una toalla de suave hilado color coral intenso- (su color favorito), la ultrajada cónyuge arrojó contra de un espejo -que no la reflejaba- el vidrio que sostenía su retrato- símbolo de unión y armonía eternas de su matrimonio-, haciendo añicos el vínculo sagrado y partiendo para nunca más regresar a los placeres del lecho conyugal.
A pesar de tanto griterío y cristales rotos, Eleuterio Paz no tardó mucho en reponerse de aquel desagradable episodio. Para éso, tomó algunas medidas resolutivas: barrió el piso de mármol de su habitación, se deshizo de todas las esquirlas, archivó el portarretrato de su esposa, no volvió a pasar por la florería, regaló las viejas sábanas de seda amarilla y las reemplazó por un flamante juego de sábanas de seda color coral intenso.
Desde entonces, repite cada martes la doble visita a la lavandería en los habituales horarios, concurre al cine todos los miércoles de 22 a 24 y luego regresa a su casa para echarse a dormir plácidamente.
El fantasma de su hermosa vecina lo sigue visitando (cumpliendo rigurosamente la rutina de los últimos 17 años) todos los jueves de 22 a 24, y muy excepcionalmente algún que otro miércoles, si el cine no ofrece una película demasiado interesante…
FIN
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SIL
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