jueves, 28 de enero de 2010

UNA MUJER SOLA por Carla Kowalski

Estaba sentada debajo de un árbol mirando una hoja indecisa, y apostaba en cuantos segundos iba a caer; pero perdía siempre, la hoja jugaba conmigo y no se dejaba caer.
Me aburrí. Me aburrí como siempre de mis juegos tontos de tardes de soledad, de ésta vida sin sentido.
Caminé por el valle, al borde del río, me pregunté si tendría el valor de tirarme de un salto y perderme entre las profundidades y por fin ver la luz, aquella que todos cuentan que ven cuando se van.


Cerré los parpados y tuve una aproximación a esa imagen tan deseada por mí…
Y vi el mueble de mis abuelos, la lana amarilla con la que tejía mi tía. Y sentí el gusto del estofado de mi madre. Pise el pie de mi padre para que me retara como cuando era una niña.
Te vi a vos también, vi las marcas de tu cuerpo avejentado y las miradas de desconfianza de mis tías solteras cuando fuiste por primera vez a casa.
Vi la nube donde descansas ahora, y estiré mi brazo para alcanzarte… pero me asusté con los aullidos de la loba que rondaba por la casa de mis primos aquella noche estrellada; entonces deje de tratar de alcanzar tu nube para tocar al misterioso animal, lo hice con el dedo, y ella lamió mi mano, y pensé que tontos éramos en ese tiempo, acurrucados debajo de las sábanas por el miedo.
Vi a mi hermano, trayendo la cal para hacer nuestra casa y gesticular con vos muecas graciosas… pero ni aún aquí entiendo lo que se decían.
Espié a nuestro hijo durmiendo en su cama, y lloré ante ese recuerdo, pero fue hermoso poder abrazarlo otra vez, poder sentir su aroma de niño pequeño. Siempre le sentí olor a menta, por más extraño que parezca…
Vi la sien de Claudia chocar contra las rocas, y me vi pidiendo al rey de los cielos que nos la devuelva, que ese no pudiera ser su fin. Y te vi llorando solo junto a la alberca, bajo el sol de aquel otoño tan triste, y a tu amigo yendo a consolarte. Lo peor fue ver la cruz de su tumba, como la de tantos otros que me toco ver.
Y volví a sentir esa tristeza que te araña el alma, y entonces regrese a mi niñez, y nade con mis hermanos entre las algas, me vi jugando y riendo, y luego tirando los dados en la casa de Alicia, me vi ganando y a todos enojados.
Vi el cielo que nos cubrió en nuestro primer beso, y yendo a tu casa, cuando ponías tu cara sobre el riel para decirme si venía el tren.
Vi las estalactitas de la cueva donde hicimos el amor, muertos de frio y luego muertos de calor. Nos descubrí en el mirador de Mar Chiquita, planeando nuestra vida. Y sentí nuevamente mi corazón latir de emoción como aquella vez.
Volví a ver al hombre que vivía en la esquina de mi casa, cuando lo alcanzó el rayo, aquel día de tormenta. Vi a su mujer corriendo hacia él y gritar, y me acorde de la sensación que se siente ver, por primera vez, a la muerte.
Sonreí con los muñecos de felpa que me daban en navidad, y ante la garganta seca por tantos recuerdos quise agua para saciar mi sed, y oí a nuestro niño diciendo “mami tengo sed” en aquella tarde espantosa con sus 40º de fiebre. Volví a experimentar como cada extremidad de mi cuerpo se rompía al morir en nuestros brazos, y sentí la insolación que tuvo en las vacaciones de verano, cuando aún corría por la arena, entrando y saliendo del mar, en la preciosa edad que confundía la palabra aparecer con parecer, y me contaba “mira mamita, el mago pareció un conejito”.
Volví a reencontrar a mi hermano diseñando nuestra casa, y tuve la misma impresión que me dio cuando piso el clavo y hubo que llevarlo al hospital.
Me encontré a mi misma en la edad de ocho años, saliendo despavorida cuando observé en penumbras a mis padres en un coito desenfrenado. Me oí rezándole a Dios por tremendo pecado.
Y sentí el temor que una y mil veces me dio, después de perderte y el de perderlos a todos.
Y al final de este trayecto, vi a una mujer que era yo, sentada debajo de un árbol, jugando con una hoja, calculando los segundos para que se cayese, y perdía el juego.
Y entonces ese remolino de recuerdos desapareció, y me quedé mirando el rio, con el corazón lleno de emociones.
Por un segundo los vi a todos, en un segundo vi mi vida… ahora solo veo mi soledad.
Y así fue que volví a ver la nube, y te vi a vos con nuestro hijo, con toda mi familia y la tuya, y me estiraste la mano, y ahora si puedo sonreír al decirte: -¿Por qué tardaste tanto amor?.

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domingo, 24 de enero de 2010

A VECES NO ENTIENDO… por Susana

Estamos conectados
yo se que te siento.
Una luz invisible que viaja en mi aliento
sale cada día a tu encuentro.
Tú sabes de mi por el viento,


sabes que te pienso
y envío mil besos desde mi silencio…a tu centro.
Estamos conectados,
no hay más que sentirlo,
en el aire brillan todos mis delirios.
Te busco,
te encuentro,
te pierdo...
te pienso.
A veces no entiendo…
dame una señal o córtame los lazos de nuevo,
por que solo me responde tu silencio,
porque solo yo siento…
y este delirio es mi tormento.
O un juego perverso…


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miércoles, 20 de enero de 2010

El verdadero origen de tres mitos antiguos por Iván

Quien sabe el origen de los mitos, y mas si son tan antiguos.
Algo de cierto tienen, algo de mentira también. Me da por creer que son casi pura mentira y la únicas palabras verdaderas son las menos importantes en la fabula.
Notese mi estimado lector que mi version historica delos hechos tiene errores históricos minimos, en comparacion de las fraudelantas versiones milenarias que todavía siguen dejando su marca opiacea en millones de almas.
No me hago responsable si alguna persona se ofende o se siente ofendida, hay muchos paginas literarios para dejar sus opiniones, trate de limitarse a expresar su disconformidad en su blog.
Espero que lo tomen con humor.

Primero
Sentados un padre y su hijo a la sombra de una estéril ladera despues de un intenso dia de caminata entre dunas deserticas.
-Padre tenemos que armar un corral.-
-¿con el fin de?.-
-Querer plantar tomates.-
-Ajá,...¿y eso que tiene que ver con mis corderos?.-
-Si no se los controla, se comerian las plantas.-
-Ignoras que ... no es buena la agricultura.-
-No entiendo por que, me quiero ir a vivir al norte, allá viven bién.-
-¿Sabes por que no es buena la agricultura?.-
-No.- Respondió el purrete sorprendido
-Adan e Hilda, ¿los recuerdas?.-
-Si, y a su hijo, al que le decian Abel.-
-Tenian un hermano.- Acotó el padre.
-¿Como se llamaba?.-
-No recuerdo.-
-¿Se puede llamar Cain?- Preguntó el niño.
-Si, por que no...-

Segundo
Sentados bajo la sombra de una palmera una mujer y su marido descansaban tranquilamente.
Su hijo interrumpé el descanso:
-¡Paaa!, ¡paaaa!, padre ven por favor!
-Que pasa hijo!?-
-Me pica.- Respondió el hermano del niño de la historia anterior.
-¿Que cosa-?
-No seas bruto, ya sabes adonde le pica, en cualquier momento tendre un nieto lanudo.- Interrumpió su mujer.
-O uno con joroba.O tal vez yo tendré un cordero bipedo y parlante.- Riendo.
El padre se va examina al joven púber y regresa:
-Tiene húmedo, como supurado.-
-Me pregunto donde habrá sacado esas mañas, las aprendio del padre.-Acusó la mujer.
-Es dura la soledad del desierto, no es facil.- Se defendió el marido
-Pero podrá ser, todos los hijos iguales, al ultimo no se le va a picar; Ve a buscar la cuchilla que cortamos por lo sano.- Ordenó ella.
Los hijos ven que el padre tomá una cuchilla y se lo siguen pensando que comeran cordero fresco. Al ver que el corte no fue en el cuello de la oveja y si algo del pellejo del atesorado Benjamín se pusieron palidos.
-No se asusten, que es el nuevo mandato de arriba.-
-¿Y tu como sabes?-Respondieron a coro
-Me lo dijo Abraham.-
-¿Y ese?- preguntó el menor de todos
-Es un amigo, hizo un pacto sagrado. Que nos incluye a todos.- Respondió rápidamente el padre con la idea de darle fin a los cuestionamientos.
-¿Y por que pacta nombre de otros?- Quejosos
-Dejen de preguntar tanto y no se hagan drama que no les dolerá.-

Tercero
-Si no podemos construir un cerco ¿podemos construir un mirador?.- Pregunta el niño a su padre
-Construyelo.- Indiferente respuesta
-No puedo, no se hacerlo.-
-Yo tampoco.-
A cada pregunta la indiferencia aumentaba.
-¿Pero el abuelo no te enseño?.-
-No.-
¿Y el padre del abuelo no le enseño?.-
-No.-
-Y a los del norte quien les enseño.-
-No se.-
Hubo una pausa de diez segundo mientras caminaban.
-¿Papa somos todos hermanos?.-
-Quienes son todos.-
-Todos.-Respondió el niño.-
-No, por ejemplo yo soy tu padre, y tu madre es tu madre. Ella no nacio del mismo vientre del que naciste.-
-¿No?.-
-No.- sorprendido por la idiotez del crio.
Pasados cinco segundos volvió el jovencito a responder
-Pero eso dijeron el otro dia.-
-Es una forma de decir, todos tenemos el mismo padre, el mismo creador.-
-Si cada persona habla la lengua de su padre, y todos tenemos el mismo creador. ¿Por que hay gente que habla distinto y sabe cosas distintas?.-
-Por que Dios se enojo y los reto.-
-¿Por que se enojo?.- Preguntó asustado
-Por que armaban un plan malo entre mucho, muchismos... y entonces los hizo hablar distinto para que no siguieran con ello.-
-¿Cual era el plan?.-
-No se sabe, nadie hablaba esa lengua.- Respondió el padre.
-Para mi que querian construir una torre.-
-¿Con que fin?.-
-Para llegar al cielo a preguntar cosas.-
-Puede ser, es una buena hipotesis.- Dijo el padre

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viernes, 15 de enero de 2010

Taller Abierto Enero 2010

Como ya todos saben una vez por mes publicamos el trabajo de nuestras visitas.
En este caso nos visitan Jesus David Valencia y Gustavo Quintana
A continuación encontrarán una pequeña reseña de cada uno, luego, para leer sus textos, cliqueen "leer mas".


Jesús David Valencia Ramírez, a.k.a. Chuco, es un caleño (Cali-Colombia) que trabaja tomando fotos, actuando y escribiendo. Es Licenciado en Arte Dramático; tiene 25 años. Vive en la zona rosa de su ciudad natal. Le fascina la comida picante, los paseos al río y a la montaña y el atardecer en su tierra. Hoy nos regala su cuento “La Escultora”


Gustavo Quintana, es de Rosario y tiene 37 años. Hace tiempo que escribe como hobby. Desde hace 2 años concurroe al taller Literario de Patricia Bottale en la librería El Ateneo, de Rosario.
Tiene escrito un libro de aventuras para chicos (pre-adolescentes) pero sin publicar aún. Le apasiona escribir porque le permite vivir otras vidas, en otros tiempos y lugares.
No tiene blog, si facebook. Lo pueden buscar poniendo su mail en el buscador: gfquintana@yahoo.com.ar
Hoy nos trae su relato “No vuelvas a irte”


La Escultora
Por Ch. Valencia

Aristides Granada observaba desde la fría y sucia azotea a la escultura y a la escultora: el cincel componía una forma de hombre en el mármol; la mujer lo sostenía con la misma certeza de antes.
Eran viejos conocidos, ella y Granada.
Él la observaba porque pasados setenta minutos tendría que darle muerte.
Ella esculpía la figura del hombre que le había enseñado: “lo que se hace por amor acontece más allá del bien y del mal”.
Se habían conocido en una hacienda donde el cielo era azul, rojo y negro y la tierra verde hasta el límite.
Alguna vez creyeron, al mismo tiempo, amarse, mientras caminaban por la ribera de un río que ahora era excremento y suciedad.
Había pasado mucho tiempo y muchas cosas desde aquella vez. Ambos habían envejecido; ella mejor que él.
Aristides Granada bajó lentamente por las escaleras de emergencia del edificio. Un frío viento de Enero le rozó el cuello y le trajo viejos recuerdos: igual de fríos estaban los labios de ella cuando se besaron, al caer las horas, en un bosque de guaduas y susurros de insecto.
Ella le dio un último golpe al mármol para terminar de perfilar el mentón. Observó al rostro de la escultura y se sintió satisfecha: el mismo semblante indiferente, los mismos ojos entreabiertos y la misma boca pequeña con una sonrisa de desenfado. Le pareció que estaba demasiado viejo y que cargaba con el aire fatal que no había podido evitar al modelarlo. Acarició ese rostro de mármol y recordó la piel mestiza, tan llena de cicatrices.
Ella suspiró y rió con nostalgia de lo infinita que se sentía sobre su cuerpo.
Aristides Granada cruzó la calle. Un viejo Ford llenó de nueve y mierda la calzada y casi salpica su abrigo.
Ella salió del taller, se desnudó en la rústica habitación, caminó descalza hacia el baño y se sumergió en una tina donde los lotos flotaban.
Bebió algo de vino, caló un cigarrillo rubio y sonrió…
Aristides Granada se detuvo en un café de la planta baja del edificio de la escultora.
Pidió un trago de brandy y, al beberlo, recordó cómo ella sonreía cada vez que él sostenía una copa de brandy en su mentón y luego, sin tocarla, la bebía.
La conspiración de la luz y el licor hicieron que un perfil de mujer se formara en la superficie de la bebida.
Granada bebió con la mirada fija en su reloj de bolsillo: treinta y cuatro minutos para una muerte…
Ella salió de la tina; su piel perfumada, resplandeciente. Se sentó frente al espejo y se recordó inexperta, con radiante sensualidad en el rostro, con las manos de un hombre que sabía matar en sus senos, acariciándolos, haciéndolos estremecer.
Revivió las caricias de ese hombre con sus propias manos y algún doloroso ardor trató de abrirle el pecho.
Suspiró.
Granada terminó su quinta copa de brandy. Pocas veces había bebido antes de un crimen y ahora lo hacía porque nunca uno de los crímenes había sido como el que le esperaba: hacía mucho la había conocido, incluso creyó haberla olvidado.
Cuando un desesperado heredero lo contrató para darle muerte a la mujer, aceptó, porque se creyó más allá del afecto: había matado a hombres, mujeres, ancianos, niñas y niños, y solo tres veces había temblado su brazo.
Repasaba la fotografía de la mujer cuatro días antes, cada noche, y no podía evitar que olores, imágenes y algunos sonidos regresaran.
Cuatro veces repitió el nombre de la mujer, hasta que recordó su voz, luego su forma de acariciarle la espalda…
Y esta cicatriz?
En Perú. Cerca a Arequipa.
Cómo fue?
Un rifle. Pero apenas me rozó.
Y esta?
Viena.
Y esta tan reciente?
Anoche mientras te cocinaba.
Entonces esa herida me pertenece…
Aristides Granada miró el pulgar que sostenía la copa de brandy; la cicatriz tenue.
Ella había besado aquella herida. Había probado su sangre hacía mucho.
Ahora él derramaría la suya. Nueve minutos.
Ella salió del ascensor. Su vestido era de una pieza, de un color indefinido entre el púrpura y el azul. Sus piernas, su talle, los dedos de sus pies, cada pieza conformaba armonía, delicadeza y una sutil crueldad.
Ella salió del edificio.
Tres disparos se escucharon en el invierno de Madrid.
Aristides Granada cayó sobre la nieve. Sangraba.
Ella miraba perpleja al hombre tendido en el piso, y al otro que salía de un viejo Ford con la pistola humeante.
Granada? – murmuró la mujer. Vio en aquel rostro la misma sonrisa de desenfado, la misma fatalidad que no pudo evitar en el rostro de la escultura.
El hombre del viejo Ford se acercó a Granada y le apuntó al entrece El hombre del viejo Ford se acercó a Granada y le apuntó al entrecejo.
Aristides la miró a ella, le sonrió y recibió la bala en la frente que lo liberó del único crimen que jamás deseó cometer.
Se diría que murió feliz.


No vuelvas a irte.

Esa noche un tanto fría y quizás, demasiado calma, había salido a atropellar las sombras con su particular omnipresencia. Esa noche, para algunos, gélida de esperanzas ya guardadas, ofrecía una obstinada resistencia al desarrollo de todo su esplendor. Ella, la misma, la previsible, no irradiaba su magia sobre los objetos esparcidos al antojo de terceros. Ella, la misma, la soñadora ya ni siquiera cobijaba a los enamorados. No brindaba al poeta la tinta, ahora seca, que necesitaba aquél para desgranar sus versos. Esa noche, culpable de inspiraciones claudicadas, puntualmente esa noche, de vueltas de páginas…de punto final, ella, la segura promesa de instantes inolvidables, sentía en su interior el vacío flotante de quien se lanza al abismo.
Esa noche, mientras se miraba sobre la superficie del distraído río y su imagen aparecía reflejada justo encima de la sombra del solitario puente, daba la impresión de querer arrojarse a lo más profundo del cauce. Esa noche, quizás ajena y desconocida, de empedrado resbaladizo y calles eternas sin esquinas; ella, la dueña de los momentos, no se movía. Esperaba y soñaba. Esperaba y sufría. Ella, quizás abatida, había decidido no caminar las veredas, no entregar su luz de plata color emoción, ni admitir sentimientos foráneos. No. Ya no. De haber podido hablar, sus mudos testigos hubieran asegurado que una lágrima, solitaria y amiga del rocío, se le había caído.
En el ocaso de la noche, al filo de sus fuerzas, cuando las luces ganaban la escena y su laberíntico interior oscurecía su alma, tuvo un último arrebato de solitaria enamorada; ella, la vieja y sufrida luna, por fin gritó:
-“¡Insensible y necio sol, aún sigo aquí. No vuelvas a irte ya sin mí!”
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lunes, 11 de enero de 2010

Pasajero. Por Noelia.

Algo quedó pendiente aquella vez.
Algo que no se explica con palabras,
ni con besos ni con versos.

Me despierto, y como flashes de un recuerdo,
encuentro aquel momento solitario
en el que mi boca enmudeció por completo
y tu sonrisa se desdibujó y voló junto al viento.


Algo quedó pendiente aquella vez.
Aquellos minutos que se adelantaron al tiempo
fueron pequeños traicioneros.
Desencadenaron una fuga de deseo,
y una posible conversación fue sólo de ensueño.

Ya nadie explica, y lo que explica confunde.
Subió el humo de un cigarrillo,
pasó una canción conocida,
y quedó todo dentro de un pozo,
en un oscuro olvido sin retorno.

Se fue con el ritmo y con el tabaco
la angustia y las carcajadas
sólo me queda la esperanza
de alguna vez encontrar las palabras.

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miércoles, 6 de enero de 2010

José Angel Buesa

Les presentaré a mi poeta preferido:



José Angel Buesa Poeta cubano nacido el 2 de septiembre de 1910
en Cruces, ciudad de la antigua provincia de "Las Villas", actualmente Cienfuegos, Cuba, rodeada de centrales y campos de caña. Es un paisaje donde predominan los tonos verdes y azules, el color de la tierra y el cielo manchado por el humo de los grandes Ingenios, donde se va moliendo la caña. (al pulsar leer mas seguirá la biografia y cuatro poesias)



A los 7 años ya escribe versos. Adolescente, va a Cienfuegos a continuar sus estudios en el Colegio de los Hermanos Maristas y, más tarde, a trabajar. Cienfuegos, tan próximo a su pueblo natal, le ofrece horizontes marinos y bellezas que dejarán en su corazón luminosas huellas. Muchos elementos de sus poemas entran entonces a almacenarse en el recuerdo. El paisaje humano y el paisaje geográfico tienen para el poeta, en aquellos años, mucho de magia. Después, muy joven, se traslada a La Habana, donde radica definitivamente. Va a vivir a un barrio que es como una inmensa provincia: Jesús del Monte. Su vida se hace violenta y soñadora, áspera y tumultuosa, lírica y batalladora. Estudia a los clásicos y trabaja en oficinas, rodeado de números y cifras. Viaja a Matanzas y comparte la vida con los grupos literarios matanceros de su generación.
Un día - 1932 - publica un libro: "La fuga de las horas". El poeta tiene solamente 22 años. El poema "El hijo del sueño" se dice en todas partes. El libro es fruto de una dedicación constante de conocer y vivir. "Misas Paganas" vuelve a colocar el nombre del poeta, al año siguiente, en las vitrinas de las librerías. Entonces José Angel Buesa ha dejado ya los números y ha dado un paso definitivo en su vida, que no dejará de tener cierta importancia para su poesía: Se dedica a escritor radial y, en adelante, gana el pan de cada día como trabajador intelectual exclusivamente: Se hace escritor profesional.
El diario contacto con una radio audiencia inmensa y su temperamento sincero, vibrante, comunicativo, lo llevan a vivir intensamente cada uno de sus poemas. Después de "Misas Paganas", donde aparecen los fuertes ecos del modernismo musical y rico de colores, Buesa edita "Babel", su tercer libro que aparece tres años más tarde que el anterior. "Babel" es clave de todos los caminos siguientes de la poesía de José Angel Buesa.
Catalogado por algunos críticos como poeta menos, cursi y fácil, no obstante podemos afirmar que ningún poeta cubano, ha hecho mejor gala del neoromanticismo americano.Su libro "Oasis" 1943 se reedito en más de 26 ocasiones, así como "Nuevo Oasis", sus libros se agotaban tan pronto salían, se dice que de un poema suyo fueron los primeros versos que se oyeron en la televisión cubana en los años 61, abandono Cuba rumbo a España, Islas Canarias y Santo Domingo donde muere en 1982.



Elegia lamentable

Desde este mismo instante seremos dos extraños
por estos pocos días, quien sabe cuantos años...
yo seré en tu recuerdo como un libro prohibido
uno de esos que nadie confiesa haber leído.
Y asi mañana, al vernos en la calle, al ocaso,
tu bajaras los ojos y apretaras el paso,
y yo, discretamente, me cambiare de acera,
o encenderé un cigarro, como si no te viera...

Seremos dos extraños desde este mismo instante
y pasaran los meses, y tendrás otro amante:
y como eres bonita, sentimental y fiel,
quizás, andando el tiempo, te casaras con el.
Y ya, mas que un esposo será como un amigo,
aunque nunca le cuentes que has soñado conmigo,
y aunque, tras tu sonrisa, de mujer satisfecha,
se te empañen los ojos, al llegar una fecha.

Acaso, cuando llueva, recordaras un día
en que estuvimos juntos y en que también llovía.
Y quizás nunca mas te pongas aquel traje
de terciopelo verde, con adornos de encaje.
O harás un gesto mío, tal vez sin darte cuenta,
cuando dobles tu almohada con mano soñolienta.
Y domingo a domingo, cuando vayas a Misa,
de tu casa a la Iglesia, perderás tu sonrisa.

¿Qué mas puedo decirte? Serás la esposa honesta
que abanica al marido cuando ronca la siesta:
tras fregar los platos y tender las camas,
te pasaras las noches sacando crucigramas...
y asi, años y años, hasta que, finalmente,
te morirás un día, como toda la gente.
Y voces que aun no existen sollozaran tu nombre,
y cerraran tus ojos los hijos de otro hombre.



Carta sin fecha

Amigo: sé que existes, pero ignoro tu nombre.
No lo he sabido nunca ni lo quiero saber.
Pero te llamo amigo para hablar de hombre a hombre,
que es el único modo de hablar de una mujer.

Esa mujer es tuya, pero también es mía.
Si es más mía que tuya, lo saben ella y Dios.
Sólo se que hoy me quiere como ayer te quería,
aunque quizá mañana nos olvide a los dos.

Ya ves: ahora es de noche. yo te llamo mi amigo;
yo, que aprendí a estar solo para quererla más;
y ella, en tu propia almohada, tal vez sueña conmigo;
y tú, que no lo sabes, no la despertarás.

¡Qué importa lo que sueña!. Déjala así, dormida.
Yo seré como un sueño sin mañana ni ayer.
Y ella irá de tu brazo para toda la vida,
y abrirá las ventanas en el atardecer.

Quédate tú con ella. Yo seguiré el camino.
Ya es tarde, tengo prisa, y aún hay mucho que andar,
y nunca rompo el vaso donde bebí un buen vino,
ni siembro nada, nunca, cuando voy hacia el mar.

Y pasarán los años favorables o adversos,
y nacerán las rosas que nacen porque sí;
y acaso tú, algún día, leerás estos versos,
sin saber que los hice por ella y para ti....


Poema de la culpa

Yo la amé, y era de otro, que también la quería.
Perdónala Señor, porque la culpa es mía.
Después de haber besado sus cabellos de trigo,
nada importa la culpa, pues no importa el castigo.

Fue un pecado quererla, Señor, y, sin embargo
mis labios están dulces por ese amor amargo.
Ella fué como un agua callada que corría ...
Su es culpa tener sed, toda la culpa es mía.

Perdónala Señor, tu que le diste a ella
su frescura de lluvia y esplendor de estrella.
Su alma era transparente como un vaso vacío:
Yo lo llené de amor. Todo el pecado es mío.

Pero, ¿cómo no amarla, si tu hicistes que fuera
turbadora y fragante como la primavera?
¿Cómo no haberla amado, si era como el rocío
sobre la yerba seca y ávida del estío?

Trataré de rechazarla, Señor, inutilmente,
como un surco que intenta rechazar el simiente.
Era de otro. Era de otro que no la merecía,
y por eso, en sus brazos, seguía siendo mía.

Era de otro, Señor, pero hay cosas sin dueño:
Las rosas y los ríos, y el amor y el ensueño.
Y ella me dió su amor como se da una rosa
como quien lo da todo, dando tan poca cosa...

Una embriaguez extraña nos venció poco a poco:
Ella no fue culpable, Señor ... ni yo tampoco!

La culpa es toda tuya, porque la hiciste bella
y me distes los ojos para mirarla a ella.
Si. Nuestra culpa es tuya, si es una culpa amar
y si es culpa de un río cuando corre hacia el mar.

Es tan bella, Senor, y es tan suave, y tan clara,
que sería pecado mayor si no la amara.

Y por eso, perdoname, Señor, porque es tan bella,
que tú, que hicistes el agua, y la flor, y la estrella,
tú, que oyes el lamento de este dolor sin nombre,
tu también la amarías, ¡si pudieras ser hombre!


Poema del renunciamiento

Pasaras por mi vida sin saber que pasaste.
Pasaras en silencio por mi amor, y al pasar,
fingiré una sonrisa, como un dulce contraste
del dolor de quererte ... y jamás lo sabrás.

Soñare con el nácar virginal de tu frente;
soñare con tus ojos de esmeraldas de mar;
soñare con tus labios desesperadamente;
soñare con tus besos ... y jamás lo sabrás.

Quizas pases con otro que te diga al oido
esas frases que nadie como yo te dirá;
y, ahogando para siempre mi amor inadvertido,
te amare más que nunca ... y jamás lo sabrás.

Yo te amare en silencio, como algo inaccesible,
como un sueño que nunca lograré realizar;
y el lejano perfume de mi amor imposible
rozará tus cabellos ... y jamás lo sabrás.

Y si un día una lágrima denuncia mi tormento,
-- el tormento infinito que te debo ocultar --
te diré sonriente: "No es nada ... ha sido el viento".
Me enjugaré la lágrima ... ¡y jamás lo sabrás!
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sábado, 2 de enero de 2010

UN DÍA COMÚN Por Susana

“No estoy para esto. Se terminó. SE MUJER.”
Dicho esto dio un portazo y se fue.
-Pero Miguel, no te vallas!!! – gritó Celia desesperada a la vez que tropezaba con la alfombra caía al piso y perdía un lente de contacto azul.
Era el día más tremebundo de su vida y no podía decidir entre buscar el ojito azul bajo los muebles, llorar hasta morir, o salir corriendo tras Miguel.
Decidió (a medias ciega) cubrirse con un abrigo y salir tras su amor.
Al que nunca más encontró.
Al lente tampoco.


Llevaba un nudo en la garganta y un puñal clavado en el pecho, que eran removidos cada vez que encontraba en el cajón de su armario el estuchecito con el lente de contacto.
Tal vez debería tirarlo pero… salió tan caro!!!!!!
Si algún día lograba comprar otros tendría éste de repuesto, pensó.
Tampoco podía desprenderse del conjunto de ropa interior Push Up, con puntilla, cola Less rosa, y encaje negro que pretendía lucir esa noche terminal.
Había estudiado en detalle las fotos del catálogo de ropa femenina, sobre todo a la modelo rubia, con hermosos ojos azules.
Ella quería verse así, tal cual, igualita.

Cuatro meses después todavía estaba pagando la lencería.
El rubio ceniza, el alisado y las extensiones le duraron un par de semanas.
Si Miguel volviera ahora pensaba, soñaba, se encontraría con la Celia común y corriente, la -“zaparrastrosa” (como solían llamarla en la escuela cuando era niña) que limpia baños en un hospital,- se reprochaba a sí misma.
Hasta velas perfumadas tenía preparadas la noche del final, por correr tras Miguel se consumieron solas…que pena.

¿Qué falló? Todos los días algo le ajusta el nudo en su garganta y la obliga a repasarlo…tanta entrega, tanto abrazo, tanto roce, demasiado rouge? Los tacos altos? La ilusión? El desborde? Alcanzar un sueño inalcanzable?
¿Qué habrá fallado?

“No hay remedio”, era su conclusión a diario. Luego, un suspiro bien hondo y consolarse pensando que,…” sin un hada madrina que te banque, no hay cenicienta que aguante el presupuesto”!

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