
Silba el viento. Es tarde de otoño.
Las hojas de los árboles
se mecen por la brisa.
Camino sobre el descampado
de la soledad habitada en mí,
y el eco de mi respiración
me acompaña dentro de la conciencia.
Un fuerte trueno retumba desde el cielo.
¿Será Dios dando un golpe de furia sobre su mesa?.
Llantos y quejidos de ancianos
abarcan sobre el campo mismo.
Las plegarias de los demonios condenados
retumban en mi espalda.
Ruidos de cadenas…
el aroma frío del metal oxidado
se impregna en mis venos.
Y una oratoria gregoriana
lastiman mis oídos
sangrándome desde el miedo… hasta la rendición.
Miro al cielo
en el momento preciso que una lágrima rasguña mi mejilla.
El ángel justiciero cae desde el cielo
implorando desde la congoja, su perdón.
Sé la respuesta.
Sé el final de mi destino.
Con voz ronca murmuro una maldición hacia Dios.
Me obligan a detener el paso
siento el frío del crepúsculo
en la desesperanza de mi piel.
Las brazas ya están encendidas
arden mis pies en el caminar.
Me quite las vendas de mis ojos y de mi orgullo.
Frente a mí: un árbol en llamas.
Sudor frío. Agitación permanente.
Plegarias a coro sobre mi espalda.
Gritos desde el cielo reclamando mi alma.
El ángel justiciero sin balanza, sin espada… sin alas.
Llantos de ancianos por todos lados.
Los demonios ríen a carcajadas mientras me lastiman con sus manos.
Desde el campo se impone una voz demencial.
Me tiembla el pulso.
Comienzo a llorar…
Mi último respiro…
Comenzó el ritual.
Leer más...