miércoles, 27 de octubre de 2010

Alma. Por Noelia.

Fría queda el alma
Cuando en soledad descansa.
Lejos del refugio de sus penas,
del tesoro que resguarda el secreto del amor.

En aquella noche entera
apegada al mismísimo dolor,
compuso algunos versos
para perpetuar su pasión,
al hombre que le había quitado el sueño
a fin de devolvérselo en cada encuentro.
Cuando a los roces perfectos los opaca la luz
en armoniosa sinfonía de excitación.
Cuando los besos se encienden con el primer rayo de sol
y la brisa de madrugada calma las llamas de la luna anterior.

¿Qué importa que nos quede el recuerdo viviente de un amor trascendente,
que rompió límites y se permitió vivir,
ante la negación absoluta de los que creían poseer su vida,
y así mismo se animaron a enfrentar la fuerza descomunal
que alcanza el mar cuando se desborda
o que alcanza alguien cuando se enamora?

¿Qué importa que algunos todavía crean que reinó el poder?
Mientras exista alguno que bien sospeche que cada noche, él la vuelve a ver.
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sábado, 23 de octubre de 2010

Una verdad por Lisandro



Existen los miedos,
existe esa incertidumbre latente
que muchas veces
te aprieta el corazón.
Puedo perder la razón,


contar hasta diez,
volver a pensar,
y vuelvo a respirar.
Algo me hace callar.
Enmudezco ante esa mirada
no encuentro qué decir…
qué decirle.
Ser reiterativo a veces cansa,
pero me gusta quererla,
me gusta que lo sepa,
me gusta mirarla,
y se lo digo en silencio
en cada minuto
que está conmigo,
que la presiento.
Es lo que hoy siento.
Sigue presente el miedo,
a veces lo descuido,
a veces lo enveneno,
lo mato, y lo olvido
pero como fantasma
que aparece en la noche
le vuelco algún reproche
el por qué quererla así.
No me duele
no me molesta
no me pesa.
La quiero.
Hoy me importa demasiado,
hoy la nombro,
me intranquilizo
me calmo.
Llena los espacios vacíos
que deja la cotidiana soledad,
esa es la verdad.
¿Su verdad?
me interesa
me impacienta.
Pero a veces prefiero
que no la diga,
por miedo a perder
en esta ilusión
recién nacida.

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martes, 19 de octubre de 2010

HUELE A CEREZAS por Carla


Huele a cerezas tu nombre,
aroma dulce, elixir del amor.
Fragancia nocturna, increíble paz.


Huelo tu boca, tus ojos,
huelo tu cuerpo…
Quiero beber tu esencia,
quiero que me huelas con pasión animal.
Esta noche quiero tu cuerpo.
Te deseo, profundamente te deseo.
Toca mi piel.
Comienza despacio, después apura el ritmo,
Bésame, cada parte de mi cuerpo lo ansía.
Huéleme, bébeme, cómeme.
Como si fuera esta noche, la última vez…

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viernes, 15 de octubre de 2010

TALLER ABIERTO OCTUBRE 2010

Como ya todos saben una vez por mes publicamos el trabajo de nuestras visitas.
En este caso nos visitan LIDIA y CARLOS DUEÑAS (MIRACHE)
A continuación encontrarán una pequeña reseña de cada uno, luego, para leer sus textos, cliqueen "leer mas".
Lidia nos dice: Escribo desde los 9 años, casi simultáneamente cuando me contacte, con las estrictas normas de ballet, por 8 años....y hasta los 18.... que empecé a estudiar teatro por largos 8 años, con allezo y fernanades-padres míos en este camino-que resulto en varios trabajos en teatro, en buenos aires.
Pueden visitar su blog: Precisamente de lo que no se habla

Mirache nos cuenta: Escribir forma parte de una de las cosas que más disfruto en mi vida. Es ese momento en el que la realidad puede salir tal cual, o en el que mezclo la fantasía de un mundo muy mío con nuestro mundo. Es el momento en el que puedo volar tan alto como me lo proponga.
Pueden visitar su blog: Volando entre letras.


EL MIENTRAS TANTO por Lidia
tendré que voltear
paredes elevadas llegar a las orillas
de un mar resucitado compartir mi lengua con todos dejar de percibir el dolor-como se hace-
y someterme a las normas que nunca jamás acaté a viste te lo dije!
sería una expresión involuntaria deberé tener
bufandas preparadas por charliparaguas de colores
brillantes para el momento
posterior a todo...
van a entrar
en mis entrañas con permiso de mi parte dejaré que investiguen
mi morada aquella que llevo
a cuestas
como caracoles
inmensos y densos dejare que
me penetren
hasta el alma solo necesito
un poco de cariño del mas próximo
legado por lo demás
el silencio aparecerá en el infinito de las mas
salvajes hordas de viquingos descubridores del todo
y no de nada...
que haré después que pase que haré?
esperar el tiempo
que termina en conjunto siempre!
lidia-la escriba seré viento que camina


TU, YO Y EL TIEMPO... por Mirache
Atardeció muy rápido. Tú aún estabas sorprendida con todo el tiempo que pasamos juntos, con todo lo que platicamos, reímos, compartimos, vivimos. El tiempo implacable, solo aparece en nuestras despedidas y dos o tres horas nos separan del siguiente contacto. De esa necesidad mutua de tenernos, de tocarnos, de buscar el mínimo pretexto para susurrarnos al oído la última aventura de ese personaje místico que a veces porta su caperuza roja y otras suele danzar con lobos que no comen abuelitas, jugar en el pantano con ogros que no son verdes o desaparecer a galope con algún príncipe encantado que con un beso deja de ser sapo para saciarle sus antojos.

A tu lado el tiempo elimina lo externo y no hay palabra que signifique soledad, aburrimiento ni cansancio. A tu lado nada provoca el hastío crónico de un mal de amores porque nuestro amor pertenece a otra dimensión. Esa, en la que el día se funde con la noche y el tiempo no cuenta. Dimensión en la que el espacio dota a nuestros cuerpos de una infinita energía. Inagotable, inquieta, adictiva. Energía incompatible al desamor, al descontento, a la inexistencia del deseo, de ese deseo mutuo que perdura desde el primer día que nos entregamos en aquel concierto de besos sin palabras.

A tu lado el tiempo no sabe de edades, ni de achaques. De días asoleados o lluviosos. De noches frías ni calientes. De meses más largos, ni de años bisiestos. A tu lado el tiempo simplemente nos envuelve en ese energético “Black Hole” que nos enseña realmente como se vive en pareja.

Atardeció muy rápido. Los “Indios” ganan a nuestros odiados “Medias Rojas”. Nos miramos. Sonreímos. La noche llega. Agosto corre. El cuarto mes se acerca y una vida nos espera. Una vida, en donde el tiempo parece no existir.

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lunes, 11 de octubre de 2010

Duermo. Por Noelia.

Pudiendo respirar…
Un poco de libertad
Necesito para soñar.
Aunque sin permiso
No hay nada mejor
Que soñar despierta
Eligiendo de cada cosa, el lugar.
Pudiendo reír,
Impaciente y con anhelo
El secreto de tus ojos espero.
Y bajo ese cielo de felicidad revoltosa:
No sueltes lo más dulce que alcances;
Besale los labios al encuentro,
Y regá las flores de ayer
Con lágrimas que vendrán.
Descansa sobre los problemas resueltos
Y buscá dentro tuyo la paz.
La de afuera, es paz de otros.
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miércoles, 6 de octubre de 2010

FÉNIX, por SIL

Gastón Pérez odiaba que su esposa fumara...



I
Gastón Pérez odiaba que su esposa fumara. Odiaba el olor del humo en su ropa, el vestigio del tabaco cuando lamía su piel, el aroma amargo que emanaba de aquella brillante cabellera, los efluvios que invadían la casa, el dormitorio, la cama, los placares, la intimidad del baño; el hedor en el habitáculo del automóvil y el enorme cenicero de plata labrada (que ella había comprado en el último viaje a México).

Incluso detestaba el simple hecho de que cada bocanada de humo de tabaco de cualquier desconocido le recordara inmediatamente a su mujer. Lo alteraba que ella pusiera en riesgo su salud de aquella inadmisible manera y lamentaba que no hubiera logrado vencer tal adicción, indignándose al recordar la innumerable cantidad de veces que le prometió abandonar, sin cumplir.
Era un odio visceral declarado y que se acrecentaba con el paso de los años.

A su vez, Flora de Pérez odiaba las ratas. Toda precaución era insuficiente para combatir cualquier roedor que osara husmear las inmediaciones de la propiedad.

II
Los odios enumerados hasta aquí, convivían en un espacio de respetable armonía. El matrimonio gozaba de cierto privilegio económico, puesto que ambos eran profesionales de carrera exitosa y sus días transcurrían con total normalidad. Intercambiaban novedades a la hora de la cena, dado que era el único momento que la tiranía del deber cotidiano les permitía compartir; luego, él tomaba un café caliente batido con abundante azúcar (Gastón Pérez adoraba beberlo así), y coronaban la jornada haciendo el amor, o copulando con intensidad (los lectores podrán elegir la frase que más les guste) culminando el acto con un grito semejante a un salvaje maullido que Flora de Pérez emitía cuando alcanzaba su orgasmo, cuyo sonido era de costumbre y podría decirse, esperado por su marido. Asumo en esta instancia que el detalle recién mencionado le pueda parecer al lector una referencia menor, improcedente y hasta quizás, grotesca –aunque a mi parecer, no lo sea-

Continuando cabalmente con el relato, después de la rutinaria unión carnal que he referido, la pareja se entregaba individualmente a la placidez del sueño.

III
El miércoles 17 de marzo pudo haber sido un día como tantos otros, pero no lo fue. A las 18,15 horas, Flora de Pérez recibió un llamado telefónico del asistente de su marido, en el que con tono desesperado, le informaba que éste acababa de ser atendido en su despacho por un grupo de paramédicos, por causa de un desmayo repentino, y que de nada valieron los intentos de resucitación. Un ataque de hipertensión a los 50 años no resultaba algo anormal y rápidamente fue atribuido a las presiones de la vida moderna, el tan temido efecto-estrés, etc.

El diagnóstico no arrojó dudas y el certificado de defunción sería redactado y suscripto por un profesional competente en los siguientes términos: Muerte natural causada por paro cardio-respiratorio.

Flora de Pérez sólo pudo responder con monosílabos temblorosos y cuando cortó la comunicación, hundió el rostro entre sus manos, permaneciendo un largo tiempo en esa posición.

Un pensamiento la aterraba: transmitir la terrible mala nueva de la muerte de su único hijo a su suegra, que contaba ya con 95 años y una cruenta enfermedad.

Lo acontecido luego de este momento es anecdótico e irrelevante: sorpresa, llanto, desesperación, crueles trámites administrativos, pilas de formularios que completar, rúbricas, condolencias, ofrendas florales, telegramas de pésame, cremación por voluntad pre-establecida del difunto, etc.

IV
La pequeña urna le fue entregada a la viuda de Gastón Pérez la tarde del lunes 22 de marzo a las 18 horas.

Con un gesto mecánico, volvió a su casa y no encendió las luces, permitiendo así que el atardecer agonizara rojizo y tenue en el amplio living. El silencio era profundo; sufrió un pequeño sobresalto cuando una sombra oscura cruzó velozmente la doble puerta que conectaba el comedor con las habitaciones. Temió por la presencia de una rata, pero se tranquilizó al comprobar que las últimas luces del crepúsculo jugaban con las enormes cortinas del ventanal.

V
Ya sentada en el sillón, vació con ceremonial respeto el contenido de la urna dentro del enorme cenicero de plata labrada (que había comprado en el último viaje a México.)
Fue durante esos breves instantes, cuando su mente hizo una revisión de varios de los hechos ocurridos: Sus quince años de matrimonio, la voz de Gastón Pérez reprochándole con dulce urgencia que dejara de fumar, el hipnótico turquesa del mar de México, la diaria ínfima gota de raticida en el café batido con azúcar de cada sobremesa, su orden verbal y sin testigos del miércoles 5 de enero durante un almuerzo de trabajo a su empleado de máxima confianza, en la que solicitó triplicar el monto de la póliza de vida de su esposo a favor de su suegra… y quizás algún otro dato que por distracción, olvido o respeto a la brevedad, no he de mencionar en este momento.

Flora de Pérez contempló las cenizas poseída de una extraña sensación de resurrección, mientras sonreía casi imperceptiblemente.
Pensó que dentro de muy poco tiempo, sería útil comprar otro cenicero de idéntico tamaño al de plata labrada (tal vez optaría por uno de Cristal de Bohemia...)
Se alisó el cabello con un movimiento felino y por fin, con un gesto de paz extrema, estiró su cuerpo con la elegancia de una gata, emitió un grito semejante a un salvaje maullido, apoyó su cabeza sobre la pana oscura y con los clarísimos ojos levemente entornados, encendió un cigarrillo.


FIN

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EPÍLOGO:
Permítaseme aclarar que en la lista de odios enumerados en el párrafo I, omití por error involuntario mencionar que Flora de Pérez,
odiaba a su marido con la misma intensidad que a las ratas...

SIL


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viernes, 1 de octubre de 2010

El Ultimo Baile por Lisandro



Ismael podía estar veinte o treinta minutos imaginando en su pensamiento o escuchando, imaginariamente, un paso doble, un tango, o una milonga. Le encantaba mirar videos de bailarines expertos, y en cuanto lo hacia, la piel se le erizaba de admiración y emoción hacia los mismos. Los ojos se le aguaban en cada paso que los bailarines realizaban, también se sentía calido al escuchar el aplauso del público, y muchas veces hasta el mismo aplaudía o comentaba lleno de admiración, los objetivos cumplidos que en el baile los participaban realizaban.


Coleccionaba discos de diferentes ritmos, de diferentes países, escuchaba desde un tango, hasta una zamba africana, un rock norteamericano o hasta música griega. Le sucedía lo mismo que le ocurría cuando observaba los videos, la piel se le erizaba, y era él, quien, inconcientemente, marcaba pasos con una compañera imaginaria.
Pero estas acciones las tenia por tiempo, algunos meses podía estar disfrutando de esos momentos que el baile le brindaba, pero otras, se presentaba como pequeñas añoranzas y prefería no escuchar ni ver nada que esté relacionado con el baile, ya que le causaba alguna nostalgia.
Desde los años de su adolescencia, ya entrando a los veinte de edad, quien hoy es su mujer, y en ese tiempo pasado era su novia, siempre le insistió que persiguiera su ilusión, que comience a bailar por segunda vez. Pero Ismael rechazaba ese sueño. Primeramente por cuestiones económicas, necesitaba trabajar y sabía muy bien que dedicarse al baile le llevaría mucho tiempo, y segundo, sostenía que el baile nunca le daría de comer, por ello prefirió estudiar y trabajar a la vez.
Para él, ya era tarde desde que tenía veinte años y pisando los sesenta, estaba resignado que no tendría ninguna posibilidad de volver a bailar.
Durante el transcurso de su vida, se conformó ver crecer en el arte del baile a su nieto. Cuando podía, iba a presenciar los ensayos del mismo, en el tango club de su ciudad.
El profesor, los compañeros de su nieto, ya lo conocían, y lo aprendieron a querer. Esteban, sabia la dotación que su abuelo llevaba consigo, no faltaba oportunidad que mientras estén ensayando, cortaran las practicas e hicieran bailar a Ismael, algún que otro tango o hasta una salsa.
En otras oportunidades lo han sorprendido, verlo bailar solo en ese salón, sentirse libre ante el espacio y disfrutando de volar sobre la inmensidad de el y su imaginación, Ismael creía que bailar era como volar. Y así fue, que el profesor de su nieto lo vio disfrutar de tal manera que le propuso hacer un baile de tango en un espectáculo próximo a dos meses.
Mas de treinta y cinco años sin bailar, Ismael se dio cuenta que esa era una nueva y única oportunidad para volver a subirse a un escenario. Ensayó durante dos meses sin bailar. Mandó a hacerse un traje de tango, y como cabala decidió bailar con su sombrero tanguero que tenia desde su juventud.
Sábado, once de noviembre, un gran espectáculo, con personas celebres acudieron al teatro de la ciudad de Rosario. Ismael debutaría nuevamente en el penúltimo número del espectáculo, su familia y amigos presentes allí, acompañándolo como siempre lo hicieron.
Y comenzó a sonar la cumparsita, la adrenalina y ansiedad aceleraban el corazón e impulsaban las ganas de salir al escenario.
Pisó el escenario junto a una joven compañera, comenzó el juego de seducción propio del tango, los pasos del dos por cuatro y las cruzadas de piernas estaban latentes y firmes, los levantamientos hacia del tango fantasía, esa realidad que estaba viviendo.
Pero sucedió lo inesperado, Ismael comenzó a escuchar a lo lejos la cumparsita, las luces comenzaba a opacarse, los elogios del publico comenzaron a enmudecer de a poco. Se hizo plena oscuridad, Ismael no pudo terminar de bailar.
Domingo al mediodía, el bailarín despierta y observa en una mesa de luz, su sombrero de tango, no observó a los médicos, no atendió a las recomendaciones, no presto atención a su mujer, su hijo y su nieto, ni nunca supo que fue víctima de un preinfarto, desde ese entonces solo escuchó y hoy en día sigue escuchando el ritmo de la cumparsita. Muchos dicen que lo ven vestido de blanco, bailando sobre un parque verde, con un público vestido igual que él.
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