Gastón Pérez odiaba que su esposa fumara...
I
Gastón Pérez odiaba que su esposa fumara. Odiaba el olor del humo en su ropa, el vestigio del tabaco cuando lamía su piel, el aroma amargo que emanaba de aquella brillante cabellera, los efluvios que invadían la casa, el dormitorio, la cama, los placares, la intimidad del baño; el hedor en el habitáculo del automóvil y el enorme cenicero de plata labrada (que ella había comprado en el último viaje a México).
Incluso detestaba el simple hecho de que cada bocanada de humo de tabaco de cualquier desconocido le recordara inmediatamente a su mujer. Lo alteraba que ella pusiera en riesgo su salud de aquella inadmisible manera y lamentaba que no hubiera logrado vencer tal adicción, indignándose al recordar la innumerable cantidad de veces que le prometió abandonar, sin cumplir.
Era un odio visceral declarado y que se acrecentaba con el paso de los años.
A su vez, Flora de Pérez odiaba las ratas. Toda precaución era insuficiente para combatir cualquier roedor que osara husmear las inmediaciones de la propiedad.
II
Los odios enumerados hasta aquí, convivían en un espacio de respetable armonía. El matrimonio gozaba de cierto privilegio económico, puesto que ambos eran profesionales de carrera exitosa y sus días transcurrían con total normalidad. Intercambiaban novedades a la hora de la cena, dado que era el único momento que la tiranía del deber cotidiano les permitía compartir; luego, él tomaba un café caliente batido con abundante azúcar (Gastón Pérez adoraba beberlo así), y coronaban la jornada haciendo el amor, o copulando con intensidad (los lectores podrán elegir la frase que más les guste) culminando el acto con un grito semejante a un salvaje maullido que Flora de Pérez emitía cuando alcanzaba su orgasmo, cuyo sonido era de costumbre y podría decirse, esperado por su marido. Asumo en esta instancia que el detalle recién mencionado le pueda parecer al lector una referencia menor, improcedente y hasta quizás, grotesca –aunque a mi parecer, no lo sea-
Continuando cabalmente con el relato, después de la rutinaria unión carnal que he referido, la pareja se entregaba individualmente a la placidez del sueño.
III
El miércoles 17 de marzo pudo haber sido un día como tantos otros, pero no lo fue. A las 18,15 horas, Flora de Pérez recibió un llamado telefónico del asistente de su marido, en el que con tono desesperado, le informaba que éste acababa de ser atendido en su despacho por un grupo de paramédicos, por causa de un desmayo repentino, y que de nada valieron los intentos de resucitación. Un ataque de hipertensión a los 50 años no resultaba algo anormal y rápidamente fue atribuido a las presiones de la vida moderna, el tan temido efecto-estrés, etc.
El diagnóstico no arrojó dudas y el certificado de defunción sería redactado y suscripto por un profesional competente en los siguientes términos: Muerte natural causada por paro cardio-respiratorio.
Flora de Pérez sólo pudo responder con monosílabos temblorosos y cuando cortó la comunicación, hundió el rostro entre sus manos, permaneciendo un largo tiempo en esa posición.
Un pensamiento la aterraba: transmitir la terrible mala nueva de la muerte de su único hijo a su suegra, que contaba ya con 95 años y una cruenta enfermedad.
Lo acontecido luego de este momento es anecdótico e irrelevante: sorpresa, llanto, desesperación, crueles trámites administrativos, pilas de formularios que completar, rúbricas, condolencias, ofrendas florales, telegramas de pésame, cremación por voluntad pre-establecida del difunto, etc.
IV
La pequeña urna le fue entregada a la viuda de Gastón Pérez la tarde del lunes 22 de marzo a las 18 horas.
Con un gesto mecánico, volvió a su casa y no encendió las luces, permitiendo así que el atardecer agonizara rojizo y tenue en el amplio living. El silencio era profundo; sufrió un pequeño sobresalto cuando una sombra oscura cruzó velozmente la doble puerta que conectaba el comedor con las habitaciones. Temió por la presencia de una rata, pero se tranquilizó al comprobar que las últimas luces del crepúsculo jugaban con las enormes cortinas del ventanal.
V
Ya sentada en el sillón, vació con ceremonial respeto el contenido de la urna dentro del enorme cenicero de plata labrada (que había comprado en el último viaje a México.)
I
Gastón Pérez odiaba que su esposa fumara. Odiaba el olor del humo en su ropa, el vestigio del tabaco cuando lamía su piel, el aroma amargo que emanaba de aquella brillante cabellera, los efluvios que invadían la casa, el dormitorio, la cama, los placares, la intimidad del baño; el hedor en el habitáculo del automóvil y el enorme cenicero de plata labrada (que ella había comprado en el último viaje a México).
Incluso detestaba el simple hecho de que cada bocanada de humo de tabaco de cualquier desconocido le recordara inmediatamente a su mujer. Lo alteraba que ella pusiera en riesgo su salud de aquella inadmisible manera y lamentaba que no hubiera logrado vencer tal adicción, indignándose al recordar la innumerable cantidad de veces que le prometió abandonar, sin cumplir.
Era un odio visceral declarado y que se acrecentaba con el paso de los años.
A su vez, Flora de Pérez odiaba las ratas. Toda precaución era insuficiente para combatir cualquier roedor que osara husmear las inmediaciones de la propiedad.
II
Los odios enumerados hasta aquí, convivían en un espacio de respetable armonía. El matrimonio gozaba de cierto privilegio económico, puesto que ambos eran profesionales de carrera exitosa y sus días transcurrían con total normalidad. Intercambiaban novedades a la hora de la cena, dado que era el único momento que la tiranía del deber cotidiano les permitía compartir; luego, él tomaba un café caliente batido con abundante azúcar (Gastón Pérez adoraba beberlo así), y coronaban la jornada haciendo el amor, o copulando con intensidad (los lectores podrán elegir la frase que más les guste) culminando el acto con un grito semejante a un salvaje maullido que Flora de Pérez emitía cuando alcanzaba su orgasmo, cuyo sonido era de costumbre y podría decirse, esperado por su marido. Asumo en esta instancia que el detalle recién mencionado le pueda parecer al lector una referencia menor, improcedente y hasta quizás, grotesca –aunque a mi parecer, no lo sea-
Continuando cabalmente con el relato, después de la rutinaria unión carnal que he referido, la pareja se entregaba individualmente a la placidez del sueño.
III
El miércoles 17 de marzo pudo haber sido un día como tantos otros, pero no lo fue. A las 18,15 horas, Flora de Pérez recibió un llamado telefónico del asistente de su marido, en el que con tono desesperado, le informaba que éste acababa de ser atendido en su despacho por un grupo de paramédicos, por causa de un desmayo repentino, y que de nada valieron los intentos de resucitación. Un ataque de hipertensión a los 50 años no resultaba algo anormal y rápidamente fue atribuido a las presiones de la vida moderna, el tan temido efecto-estrés, etc.
El diagnóstico no arrojó dudas y el certificado de defunción sería redactado y suscripto por un profesional competente en los siguientes términos: Muerte natural causada por paro cardio-respiratorio.
Flora de Pérez sólo pudo responder con monosílabos temblorosos y cuando cortó la comunicación, hundió el rostro entre sus manos, permaneciendo un largo tiempo en esa posición.
Un pensamiento la aterraba: transmitir la terrible mala nueva de la muerte de su único hijo a su suegra, que contaba ya con 95 años y una cruenta enfermedad.
Lo acontecido luego de este momento es anecdótico e irrelevante: sorpresa, llanto, desesperación, crueles trámites administrativos, pilas de formularios que completar, rúbricas, condolencias, ofrendas florales, telegramas de pésame, cremación por voluntad pre-establecida del difunto, etc.
IV
La pequeña urna le fue entregada a la viuda de Gastón Pérez la tarde del lunes 22 de marzo a las 18 horas.
Con un gesto mecánico, volvió a su casa y no encendió las luces, permitiendo así que el atardecer agonizara rojizo y tenue en el amplio living. El silencio era profundo; sufrió un pequeño sobresalto cuando una sombra oscura cruzó velozmente la doble puerta que conectaba el comedor con las habitaciones. Temió por la presencia de una rata, pero se tranquilizó al comprobar que las últimas luces del crepúsculo jugaban con las enormes cortinas del ventanal.
V
Ya sentada en el sillón, vació con ceremonial respeto el contenido de la urna dentro del enorme cenicero de plata labrada (que había comprado en el último viaje a México.)
Fue durante esos breves instantes, cuando su mente hizo una revisión de varios de los hechos ocurridos: Sus quince años de matrimonio, la voz de Gastón Pérez reprochándole con dulce urgencia que dejara de fumar, el hipnótico turquesa del mar de México, la diaria ínfima gota de raticida en el café batido con azúcar de cada sobremesa, su orden verbal y sin testigos del miércoles 5 de enero durante un almuerzo de trabajo a su empleado de máxima confianza, en la que solicitó triplicar el monto de la póliza de vida de su esposo a favor de su suegra… y quizás algún otro dato que por distracción, olvido o respeto a la brevedad, no he de mencionar en este momento.
Flora de Pérez contempló las cenizas poseída de una extraña sensación de resurrección, mientras sonreía casi imperceptiblemente.
Flora de Pérez contempló las cenizas poseída de una extraña sensación de resurrección, mientras sonreía casi imperceptiblemente.
Pensó que dentro de muy poco tiempo, sería útil comprar otro cenicero de idéntico tamaño al de plata labrada (tal vez optaría por uno de Cristal de Bohemia...)
Se alisó el cabello con un movimiento felino y por fin, con un gesto de paz extrema, estiró su cuerpo con la elegancia de una gata, emitió un grito semejante a un salvaje maullido, apoyó su cabeza sobre la pana oscura y con los clarísimos ojos levemente entornados, encendió un cigarrillo.
FIN
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EPÍLOGO:
Permítaseme aclarar que en la lista de odios enumerados en el párrafo I, omití por error involuntario mencionar que Flora de Pérez, odiaba a su marido con la misma intensidad que a las ratas...
23 comentarios:
Un saludo, Sil...
;)
Casi que no necesité leer el epílogo... para darme cuenta de algunas realidades.
Me ha gustado leerte y tener la ocasión de saludarte, cara ya al fin de semana!
De las gatas floras...
esta era amante de ceniceros voluptuosos, y nada que ver con el tabaco los ceniceros.
Abrazos.
Duele leer,porque tu historia es real en muchas familias,que aguantan estóicamente las consecuencuas del humo.
Los odios sumerjidos afloran de vez en cuando y cambian la realidad..
El alma de la protagonista era "un gran cenicero"donde iba quemando poco a poco la vida,que caía decrepita...alimentando su monstruo interior.
Mi felicitación y mi abrazo inmenso,SIL.
M.Jesús
Si a pesar del raticida las ratas siguen rondando, al que estar alertas, y tener cuidado si la mujer maúlla y fuma con los ojos levemente entornados (sin olvidar el suguro de vida), entretenido y paradójico relato, felicitaciones Sil
un fuerte abrazo
cariños
!de nuevo!
¡¡MUY BIEN!!
¡FORTÍSIMO APLAUSOS!
Miguel
Genial Sil! Me encantaron los "guiños" que le haces al lector.
Muy bueno el final, el epílogo. No me lo esperaba.
Me encanta como redactas cuentos, sos muy buena en eso Sil!
Susi
El epílogo es una maldad :)
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Manolo
Santo varón de santa paciencia :)
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MAJECARMU
Esa interpretación supera mis aspiraciones.
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Pedrito
Era una mujer de cuidado, un verdadero peligro para ratas y entorno.
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Miguel
Valoro muchísimo esos aplausos
virtuales.
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Carliss
Gracias, los "guiños" son señales...
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Besos y gracias a todos, por leer el texto - que, fiel a mi estilo- no es breve.
(:D
Optimo!!!
Me gusto
qué lindo verte escribir en prosa!
muy buen texto, sil, creo que esos dedos tuyos pueden hacer maravillas :)
besos!
"gata flora", típico ;)
Petardo
¡Me alegro !!
Beso
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Donjuan...
Maravillas no sé,
travesuras,
sí
:)
(Típico, Juancito,
qué le vamos a hacer !!)
Besos de bienvenida.
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Genial Sil, no sabes como he disfrutado con el relato...
vaya con la "gatita"...no puede uno fiarse de nada...ni de nadie, ja,ja.
Besos!!!
Muy bueno. Una madre de las gatas.
Saludos
La perfección no existe... ¡pero tu escribes como si existiera! :)
abrazo agradecido por el momento tan agradable que he pasado leyendo :)
Paloma de mi corazón
Y menos de una gata llamada Flora !!!
:)
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Relevo
Un arquetipo, diría yo.
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Mariluz
Sos demasiado generosa.
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Gracias mil a todos :)
Impresionante relato... Te juro que no cabe aclaración, cuando leí sobre las ratas noté de qué hablaba... ¿será por lugar común?... Mejor lo dejamos ahí.. jajajajaja
Sos increíblemente vibrante... ya quisiera tener esa imaginación, por dió!
Abrazos de admiración!
Consciente soy de que la aclaración era redundante, pero formaba parte del show...
Beso grande Mai.
Muy bueno Syl, un excelente relato. El epílogo sólo es un detalle , el relato est´´a completito. Un abrazo.
Gracias, Alma.
El epílogo es redundante pero travieso ;)
Abrazo
Maria Fernanda Lobato Lemos: Impecable, estremecedor, maravilloso cuento con la atrapante y exquisita verborragia que solo Sil con su personalísima escritura sabe hacer.
Un verdadero placer leer :)
Gracias, che !!
Esos comentarios son maravillosos empujones para no claudicar :(
Un abrazo más que inmenso, Fer
Ostia, pedazo relato. Ahí por allí algunas cosillas que no me han gustaado, como la increpación directa al lector. Pero vaya, cuestiones estéticas a parte, la historia y cómo está contada, son buenísimas.
El final, apabullante, sencillamente excelente.
Sorprendido estoy.
Saludos.
Pero , Igor, muchísimas gracias, che!!
:)
Un beso
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